El Teatro de la Zarzuela
En 1902 Fornarina ya estaba actuando en el coro del mismísimo Teatro de la Zarzuela. A partir de ese momento comienza su currículo artístico oficial, pero hasta ahí su recorrido es incierto: posó para pintores (como el costumbrista Alejandro Saint-Aubin, muy valorado en su época) y también para fotografías artísticas y postales; se rumoreó sobre su paso por un taller de costura, en realidad "tapadera" de otro negocio más lucrativo, en el que se relacionaba a las aparentes costureras con caballeros que pagaban por sus servicios, no precisamente en el arte de la aguja. Y acaso en este lugar o dentro de los círculos artísticos que, aunque limitadamente, podía frecuentar una modelo, Consuelo conocería a clientes que estuvieran bien situados o relacionados con el mundo intelectual y periodístico. Precisamente fue un periodista, Betegón, el que le impuso el nombre artístico de "La Fornarina" en lugar del elegido por ella, "Rosa de Te".
Fueron sin duda su físico y su gracejo los que le dieron el billete de entrada al teatro, en concepto de corista, ganando la desorbitada cifra de ¡seis reales al día! No era mucho y tenía que seguir complementando tan escasos ingresos con sus otras actividades, pero su ascenso era ya imparable.
El jueves 29 de marzo de 1902, Fornarina debutó en el teatro Japonés (que merece entrada aparte) en una pantomima llamada "El Pachá Bum-Bum". Su papel era de esclava, en realidad de "escultura viviente": vestida con unas ceñidísimas mallas de color marfil y aparentando una desnudez prohibida en la España de entonces y que no estaría permitida encima de un escenario hasta la 2ª República.
El éxito fue apoteósico y escandaloso, faltaría más. La obra se enfrentó a la prohibición, el teatro al cierre y Fornarina a la fama.
Medio Madrid le hablaba al otro medio de lo que había visto o había visto un vecino o un vecino le había contado que había visto su cuñado. De resultas de lo cual, Fornarina había salido a escena ¡completamente desnuda! y mayor publicidad que esa no podría haber tenido. A primeros del siglo XX una figura "escultural" como la suya era el rien ne va plus en una mujer.
El Teatro Japonés despertaba las iras de los perfectos caballeros
Aunque ya desde 1902 Fornarina había estado actuando en diferentes salas madrileñas, como una de tantas, a partir del éxito de su intervención en "El pachá Bum-Bum" le empezaron a llover las ofertas. Tuvo que aprender a cantar y a bailar, en suma, a ser una artista de verdad y no una mera "escultura viviente". Empezó a actuar en otros teatros y salones como el Kursaal Central, el Actualidades o el Romea donde, tal y como podemos ver en la cartelera del diario "La Época" en el mes de abril se anunciaba su actuación como "la encantadora Fornarina" junto con otras artistas del varietés como Luz-Bel, Olga de Marigny o Magda La Africanita.
Durante esos primeros años podemos imaginarnos a una Fornarina llena de fuerza, tenacidad y grandes esperanzas. Sometida a 3 ó 4 sesiones teatrales diarias, asistiendo a clases de solfeo, declamación y danza, pesadas pruebas de vestuario y peluquería y sobre todo a los ensayos de las diferentes canciones o representaciones, siempre en permanente cambio. Hay que tener en cuenta que las comodidades en aquellos teatros de variedades eran pocas, con sórdidos camerinos para las que no eran consideradas todavía como primeras figuras. Pero en fin, nada que una mujer joven y fuerte como ella no pudiera afrontar.
Y hablando de afrontar, acaso lo más duro, el más costoso hándicap diario, fuera el enfrentamiento con el público. Formado éste por hombres en su gran mayoría -las señoras no entraban en estos teatros, a no ser que fueran artistas u otra cosa aún peor considerada-, ruidosos, espontáneos hasta la grosería, nada diplomáticos a la hora de expresar sus agrados o desagrados y, sobre todo, a la busca y captura de carne fresca de corista o cupletista. Más de una vez Fornarina se enfrentó con ese público (es célebre el episodio del melón, que más adelante contaré), sobre todo cuando intentó quitarse de encima la etiqueta de divette escandalosa para poder cantar cuplés más serios, más sentimentales, críticos o humorísticos.
Faltaba poco para que conociera al "hombre de su vida", que en su caso fue algo así como su Pigmalión y también su Némesis. Se llamaba José Juan, era guapo, influyente y muy listo. Y de él y sus tormentosos amores con Consuelito hablaremos en la próxima entrada.
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