La Fornarina y otras cupletistas que marcaron una época

La Fornarina y otras cupletistas que marcaron una época: mujeres ayer admiradas, hoy olvidadas

viernes, 21 de enero de 2011

LA FORNARINA X: Manón


En 1913 algunas publicaciones se hicieron eco de un rumor
sobre cierto amor trágico relacionado con Fornarina

La relación de José Juan Cadenas y Fornarina fue, como ya hemos visto, cualquier cosa menos convencional y estable. De cara a la opinión pública tenían oficialmente un noviazgo, larguísimo noviazgo, que no llegó nunca al matrimonio. De hecho vivían "amancebados", que era el nombre con que entonces se denominaba a la convivencia de pareja sin papeles ni altares de por medio.
En el mundo del espectáculo no eran un caso aislado, ni tampoco en las clases populares. Los motivos eran variados: desde un casorio anterior, en una época sin divorcio, hasta unas ideas anticlericales o agnósticas, ya que el matrimonio pasaba necesariamente por la iglesia sin posibilidad de unión civil. En las clases bajas una excusa corriente era la falta de dinero, necesaria al parecer para celebrar el bodorrio.
Este tipo de parejas, que ahora llamamos "de hecho" han existido siempre, también en países tan católicos como España y en tiempos tan aparentemente apegados a la tradición como los comienzos del siglo XX. En general, para el común de la sociedad, no estaba ni bien ni mal visto, sino todo lo contrario... Para la aristocracia, la alta burguesía o la clase media más o menos acomodada, el amancebamiento, simplemente, no era admisible. Lo podían hacer otros, "los demás", pero nunca "los nuestros".

Una boda burguesa como Dios manda: novios candorosos,
elegantes invitados y niñas con cestitos de flores

Y dentro de la categoría de "los demás" entraban sin duda los cómicos, los por siempre libres miembros del mundo del espectáculo. Era bastante común la convivencia sin papeles entre parejas de actores, bailarines y otros artistas de varietés, debido a las agotadoras tournés por España o el extranjero, a la inestabilidad laboral y por tanto económica, y sobre todo a un talante más libre, menos encadenado a las formas que el de la burguesía. Así que, como vemos, Fornarina y Cadenas no fueron excepción. Aunque también extraña la duración de su convivencia sin haberse decidido a dar el paso al matrimonio, teniendo en cuenta que ambos eran solteros, su estabilidad económica estaba asegurada y al menos Consuelo era creyente practicante. Los altibajos de su relación o el carácter tempestuoso de ambos les habrían llevado a no haber dado nunca el paso definitivo hacia el altar, pero no son más que conjeturas. El caso es que todo el mundo lo sabía pero, por supuesto, no era algo que se pudiera contar en la prensa. De cara a la galería y a las galeradas, ellos eran novios formales.
Pero estos novios, ay, no sólo discutían y se separaban temporalmente, como todos los novios, sino que además se engañaban que era un primor. Especialmente Cadenas, hombre al fin, en una época en que el hombre era el rey del harén sin discusión. Pero Consuelo también hizo de las suyas, aunque con matices, probablemente llevada por los celos y el despecho, buscando la reacción por parte de un Cadenas indiferente o ausente. Lo que entonces se llamaba dar achares.
En 1915, poco antes de su muerte, contó en una entrevista para "El Heraldo de Madrid" (que merece entrada aparte), que era mujer de un solo hombre, que en su vida había un único amor y que éste era José Juan, su Pepe, al que todo le debía y sin el que no hubiera llegado a ser nada en la vida.


Consuelo Torres, Manón, un personaje más en la
tragicomedia de Fornarina

Desgraciadamente, su Pepe hacía aproximadamente un año que había roto con ella y de muy mala manera: prohibiendo legalmente a Consuelo cantar sus composiciones y arreglos, es decir, sus temas más conocidos y solicitados. Mientras tanto, le componía todo un nuevo repertorio a otra Consuelo, Consuelo Torres para más señas, Manón para el mundo del espectáculo.

Manón luciendo diseños de Paquin

¿Quién era Manón? Pues una de tantas. Suena poco objetivo pero es la verdad. No llegó nunca a ser una artista famosa aunque sus comienzos fueron prometedores. La prensa ensalzó su figura esbelta, "alta, gentil, graciosa como una palmera del desierto", elogiaban su finura y delicadeza, su elegancia en el vestir y la elección de su repertorio, variado y culto. Es cierto que al lado de sus compañeras Manón destacaba por su estatura y su esbeltez; de hecho en sus fotografías de estudio posa como una maniquí profesional. Incluso se le dedicó una coplilla:

"Vecina, linda vecina,
la de la silueta fina
y airosa como Manón,
la que desde la otra acera
me hirió con la espina artera
que tengo en el corazón"

No era exactamente una cupletista, sino una diseuse. Ella misma reconocía tener en sus comienzos una voz de "grillo" y asistía a clases de canto en la academia del célebre maestro Larruga, autor de alguno de sus primeros temas.


El maestro Larruga en su prestigiosa academia,
aquí ensayando con los Hermanos Marcén

Pero lo más repetido en sus declaraciones a la prensa es su intención de no quedarse en el género ínfimo, poder afinar su voz hasta el punto de cantar en operetas, interpretar comedias e incluso llegar a hacer teatro serio, es decir, en verso. Y mientras llegaba esa nueva edad de oro del teatro español, Manón actúa en teatros como el Trianón Palace de Madrid (donde acabó diciendo que no volvería ni aunque le pagaran 5.000 pesetas diarias), el Novedades de Valencia, el Salón Madrid o en el casino de El Sardinero, entre otros. Hace giras por provincias e incluso actúa en Francia, concretamente en San Juan de Luz. En realidad, hace de todo: posa para reportajes de moda, hace publicidad de peleterías, se presenta a concursos de belleza, realiza reportajes publicitarios de dudosa efectividad, interviene en cabalgatas benéficas... Cualquier cosa con tal de darse a conocer y alcanzar el éxito soñado.


Tiples y cupletistas haciendo el paseillo, una extravagante idea
publicitaria de la época. La primera por la derecha es Manón

En su repertorio decía llevar tanto cuplés como canciones, diferenciando así sus contenidos. Sus toilettes eran esmeradísimas y fueron famosas sus pelucas, especialmente una rubia que era su preferida para actuar y con la que aparece en muchas de sus fotos. Tenía un bonito cabello castaño natural pero decía preferir llevar esta peluca cuando se puso de moda el pelo corto y rizado, no estando dispuesta a sacrificar su melena. No puedo evitar pensar que con esto intentaba emular a Fornarina, famosa por su cabellera rubia, a quien Manón confesaba admirar hasta la devoción, así como a otras compañeras consagradas como Preciosilla o la Goya. De hecho, uno de sus sueños era llegar a ser como la Goya, una tonadillera del siglo XVIII en pleno siglo XX.


Manón en segundo plano, acompañada por
Pepita Sevilla en una cabalgata

En su apariencia y modales, dentro y fuera del escenario, Manón era el vivo ejemplo de la elegancia, la sofisticación y la delicadeza. Su vida personal era otra cosa. Decía ser huérfana de padre militar, que su madre, su hermana Paquita (posteriormente también artista) y ella tenían que vivir con muchas privaciones a causa de una exigua pensión y que por ello decidió dedicarse a un género, el cuplé, que despreciaba. Pero lo más sabroso de su biografía era la existencia de un hijo que al parecer tuvo a la temprana edad de catorce años, tras haber sido seducida por un diplomático que posteriormente se desentendió de ella y del niño, casándose con otra mujer.


Detrás del aspecto delicado de Manón se escondía
una personalidad atormentada

Su pasado de madre soltera (y adolescente) contrastaba vivamente con su imagen de mujer sofisticada, dueña de su destino y con las ideas muy claras. No se avergonzaba de nada, contando su historia a los periodistas sin ambages ni medias tintas. En una entrevista que le concedió al Duende de la Colegiata reconoció su pasado de madre soltera sin que le temblara la voz, pero su aparente fortaleza se quebró cuando le planteó al periodista la injusticia de su situación, cuando recordó el abandono al que fueran sometidos ella y su hijo, sin consecuencia alguna para el "infame diplomático". Entonces, según el Duende, "un relámpago sangriento se vió pasar en sus ojos".


La elegancia de Consuelo Torres era innegable

No tengo el dato de cuándo conoció a Cadenas ni en qué circunstancias. Es posible que Manón acudiera a él en busca de un nuevo repertorio, aquel que le daría el éxito que hasta el momento se le mostraba esquivo. Puede ser que fuera Cadenas el que se fijara en ella y le ofreciera lo mejor que tenía, aquello que ya le había dado antes a Fornarina: sus temas, su consejo, su formación y sus influencias.
No sé si Cadenas vio en Manón una Fornarina en ciernes en la que volver a ejercitar sus dotes de Pigmalión o si lo que vio fue precisamente todo lo contrario de lo que representaba Fornarina, y de ahí su atracción. El caso es que los pocos datos que existen sobre la dramática ruptura entre Cadenas y Fornarina, independientemente de sus orígenes y su evolución, llevan siempre el mismo nombre como detonante: Manón.
Pero no parece que la historia diese para mucho más. Manón no fue la primera ni la última en la vida de José Juan Cadenas, que ya había tenido sus aventurillas con alguna que otra divette antes y durante su relación con Fornarina. No parece tampoco que prosperara su unión profesional y el famoso nuevo repertorio que se suponía iba a relanzar la carrera de Manón, no alcanzó el éxito esperado. Posteriormente Cadenas se casó, pero no con Manón precisamente.


Manón posando para la publicidad de la
"Peletería Arturo Ventura" en 1919

De las ambiciones artísticas de Manón, pocas se cumplieron por no decir ninguna: en 1911 llegó a ser una doña Inés bastante aceptable en una función benéfica en el teatro de la Comedia en la que don Juan era, ni más ni menos que don Jacinto Benavente. Manón decía que todo había partido de una especie de broma y que ensayaban paseando por la calle ante el asombro de los transeúntes o sentados en los bancos de la plaza de Santa Ana, en Madrid. Todo bastante amateur e improvisado. Y aunque recibió buenas críticas por su doña Inés, no parece que el mundillo del teatro de verso la tomara en serio por esta interpretación, considerándola una pequeña boutade, eso sí, con buenos fines: un asilo de tuberculosos.

Señoras y señores, con ustedes Jacinto Benavente
como Don Juan Tenorio...

En los prometedores comienzos de su carrera llega a cantar ante la infanta Isabel, en una función a beneficio de la Asociación de la Prensa, un tema llamado "La danza de Mimí" que no era de Cadenas sino de un tal Escamilla.
Y este Escamilla se pregunta, en un artículo para un semanario ya a finales de 1915, qué ha sido de Manón y de sus primeras intenciones de dejar el cuplé y pasar a la opereta, para después cambiar de opinión y volver otra vez al cuplé. Nada sabe de ella y lo lamenta. Termina su artículo diciendo: "Manón fue y debe ser". Y, efectivamente, Manón fue el detonante de la separación de Fornarina y Cadenas, y gracias a ello su historia debía ser conocida, llegando hasta nuestros días no precisamente gracias a la fama artística conseguida por su protagonista.

Manón obtuvo el cuarto premio en un concurso de belleza
organizado por la marca de cosméticos Peele

Siguió actuando en las variedades, en papeles cada vez de inferior categoría. En 1919 se presenta a un concurso de belleza y queda en el cuarto puesto, ganando 300 pesetas. Al final ha claudicado, cortando su melena bajo los dictados de la moda de 1919, teñida definitivamente de rubio. Buscó fortuna fuera de España, en algún país sudamericano, y allí se pierde su rastro.
No resulta difícil imaginarse a esta mujer, elegante y ambiciosa, rebajando sus aspiraciones con tan escaso resultado, siendo capaz de hacer prácticamente cualquier cosa por ganar un dinero con el que mantener a su hijo. Suena a melodrama, pero no se trata de una representación sino de la vida misma.
Consuelo Torres "Manón": una diosa olvidada

En un reportaje de 1929 para la revista gráfica "Nuevo Mundo", expresivamente titulado "Las diosas olvidadas" aparece, entre otras, Manón. El reportaje está firmado por Carlos Fortuny, seudónimo de Álvaro Retana y en él recuerda a Manón por su "pintoresca rivalidad con la Fornarina" y se pregunta cómo aquella "rubia beldad de aristocrática elegancia" ha pasado a formar parte del grupo de Totó, La Goyita, Eugenia Roca y otras diosas olvidadas, frágiles celebridades, reinas por un día y poco más.

sábado, 15 de enero de 2011

Intermedio: La diosa del placer II

"La diosa del placer" vista desde una butaca o Cómo empezó todo
En su columna del diario "El País" el 10 de febrero de 1907, un crítico teatral que firma con el seudónimo de Emetea, nos deja esta descacharrante descripción, extremadamente detallada, de la obra "La diosa del placer". Me limitaré a transcribir la parte en la que cuenta la trama, con detalles sobre el vestuario, la escenografía y las interpretaciones, así como algunos comentarios de Emetea, altamente descriptivos sobre su estado de ánimo durante la función. He omitido la parte crítica, no muy favorable, para mostraros este impagable ejemplo de estructura dramática del género sicalíptico:
Primera página del diario republicano "El País"
del 10 de febrero de 1907
"El primer cuadro se titula "¡Atención!". La escena está dividida; a la derecha una habitación modesta, que ocupa Inocencio (Mesejo), estudiante de cura, y a la izquierda, otra elegante que alberga a la Cachavera. Inocencio ha hecho un agujero en un tabique para ver cómo se desnuda la vecina, cuando ésta llega acompañada de otra amiga (señorita Méndez), a quien ha ofrecido albergue.
Inocencio mira, y las dos mujeres se desnudan; pero de veras; y cuando apagan la luz, Inocencio se acuesta y sueña, sueña que se le aparece la Diosa del placer (Sra. Lafont) sin más ropa que una banda azul por el pecho y otra por la cadera, y la invita a recorrer regiones ignoradas.
Un alarmante cartel nos anuncia los procedimientos que en los Baños del Placer aplican.
Apolo recibe las visitas y diagnostica y aconseja el remedio que debe aplicarse; a Inocencio le recetan baños, esencias, masaje y picante. E inmediatamente le introducen en el baño seis subyugantes nadadoras (a cuyo frente van la Cachavera y la Sevilla).
Cuando termina el baño, la Lafont, la Méndez y seis perfumadoras más, vierten esencias sobre el seminarista, a quien para alivio de sus males, la Cachavera y la Moscat, con trajes vaporosos, le aplican el masaje(!)
"Agua y fuego" se titula el cuadro quinto, y en él, la Tordesillas se baila un tango emocionante, y la Lafont y el coro, cantan y bailan el tango de la guindilla.
Y apaga y vámonos.
Hemos llegado al sexto, al sexto cuadro, se entiende.
Inocencio se despierta dando voces de fuego, y claro, despierta también a las vecinas, que le invitan para que entre en la alcoba y les refiera el ensueño. Y el seminarista, sin ambages y sin rodeos, se cuela en la habitación, donde le aguardan las bellas ligeras, pero muy ligeras de ropa.
Entonces Inocencio se niega a relatar lo soñado, si no aplaude el público.
Y el público, claro está, no sólo aplaude, sino que obliga a que se levante el telón ocho veces; pide se quite la bata la Cachavera, hace que salga todo el mujerío a escena y las ovaciones se suceden.
Los chistes muy subidos y la música juguetona.
La obra dará dinero a la empresa, que ha hecho un derroche de trajes para vestir, mejor dicho, para desnudar la obra.
.... ¡El disloque!"

viernes, 14 de enero de 2011

Intermedio: La diosa del placer I

Disloque en las Salesas o La sicalípsis a juicio

El 9 de febrero de 1907 se estrena en el circo Price de Madrid una obrita musical titulada "La diosa del placer", cuyos autores eran Luis de Larra (nieto de Mariano de Larra) en el libreto y el maestro Calleja en la parte musical, aunque sólo éste último aparecía como autor en el cartel. La obra, género chico del tipo sicalíptico, tiene un éxito "estruendoso" y los autores son llamados por el público hasta ¡ocho veces! a escena.
Recibe críticas halagüeñas(1), aunque no entusiastas, y es calificada como "alegre"y "muy alegre". Demasiado "alegre", en opinión del señor comisario de policía del distrito, el Sr. Jiménez Serrano, que consideró la obra inmoral y ofensiva para el pudor. El ofendido comisario sugirió al empresario del Price, don Francisco Cartolano, ciertos cambios en la obra, especialmente en lo que se refería a la "intención" del libreto y el atuendo (o la falta de él) de las tiples. Las sugerencias fueron bien recibidas aunque no bien aplicadas y al poco tiempo el gobernador civil de Madrid, el Marqués de Vadillo, ordenó el final de las representaciones e interpuso la correspondiente demanda al autor del libreto, a la sala, al empresario y a las intérpretes.

Portada de "El Heraldo de Madrid" del 3 de junio de 1910,
anunciando la apertura del proceso a "La diosa del placer"
Las demandadas, Pepita Sevilla, Ascensión Méndez, Elvira Lafont y Antonia de Cachavera, estaban dando sus primeros pasos en el mundo del arte y tenían que interpretar dos o tres personajes cada una, con sus correspondientes cambios de vestuario. En opinión de las autoridades competentes, las bellas tiples enseñaban más allá de lo aconsejable e insinuaban más allá de lo permisible, y todo ello en el marco de una historia de tono pornográfico y con un garrotín como pièce de résistance, que al comisario Jiménez le pareció el no va más de lo sicalíptico.
En resumidas cuentas, se prohibe la representación de la obra y se imputa a los demandados un delito de "ataques a la moral con escándalo público" exigiéndose una fianza por las futuras costas del proceso de 2.000 pesetas al autor del libreto, al empresario y al director artístico del Price, y otra de 1.000 pesetas a cada una de las cuatro tiples. Por entonces estas cantidades eran importantes, lo cual nos da la medida de la gravedad del caso. Por cierto, el protagonista masculino de la obra, el famoso actor cómico Emilio Mesejo, no fue citado ni demandado. Hacía de seminarista, con la iglesia hemos topado...
Emilio Mesejo pertenecía a una ilustre familia de cómicos
Los que hoy en día, en pleno siglo XXI, renegamos de la lentitud de los procesos de la justicia en España, deberíamos leer atentamente los periódicos de hace cien años y descubriríamos, para nuestra sorpresa, que esta enfermedad de la demora es tan antigua como el sarampión. Porque desde el escandaloso garrotín hasta el día del juicio aún han de pasar, nada más y nada menos, que tres años y cuatro meses. Y así llegamos al viernes 3 de junio de 1910, fecha de la vista previa al juicio, que se celebra en las Salesas en un ambiente de máxima expectación y no menor incredulidad.
Tres años antes "La diosa del placer" podía haber sido considerada como una obra inmoral por parte de algún funcionario demasiado escrupuloso, pero en 1910 y en pleno auge del género ínfimo, tal inmoralidad es más que discutible y ha sido superada, con creces, por otros espectáculos que en estos años se han ido estrenando.
Don Benito Pérez Galdós: novelista,

dramaturgo y... perito judicial

De cuánto habían cambiado las cosas y de la tímida apertura que había experimentado la mentalidad de los madrileños en este tiempo, dan muestras los nombres de los dos peritos que declaran a favor de "la diosa": don Benito Pérez Galdós y el alcalde de Madrid, el señor Francos Rodríguez. Para ellos no hay pruebas de inmoralidad en la obra ni ofensa alguna al pudor. El alcalde, además, expone el factor circunstancial del teatro y que lo que hace tres años se consideraba escandaloso, ya no lo es ahora. Y cómo –y esto es lo más interesante- la calificación moral de una obra no está tanto en ella misma como en la consideración del público que asiste a su representación. El fiscal pregunta a continuación a Pérez Galdós sobre su calificación de la obra en comparación con otras de género sicalíptico estrenadas posteriormente, como por ejemplo "La manzana de oro". Galdós insiste en su apreciación inicial: ni vista independientemente ni en comparación con otras, "La diosa del placer" puede considerarse como inmoral.
Una escena de "La manzana de oro", con Méndez a la izquierda
y Lafont a la derecha
A pesar de tan graves y prudentes consideraciones, provenientes de tan prestigiosos personajes, tanto el público que se ha congregado en las Salesas como la prensa tienen una sola cosa en la cabeza el día del juicio: la declaración de las cuatro bellas tiples todavía en activo en 1910, dos de ellas (Cachavera y Sevilla) cupletistas con enorme popularidad. En el descanso que se hace a la hora de la comida, las artistas son literalmente llevadas en volandas por los pasillos, entre los fogonazos de los fotógrafos, los piropos y los gritos de apoyo. El disloque.
La vista se hace a puerta cerrada y, tras la inicial decepción, el numeroso público y los no menos numerosos reporteros, inundan pasillos y salas a la espera de noticias. El primero en declarar es el autor del libreto, el Sr. de Larra, que aclara el misterio de por qué no firmó su obra, cuya autoría en libreto y música se atribuyó en el estreno al maestro Calleja: "porque escribe mucho y no le gusta cansar al público con su firma". Tipo listo, con todos mis respetos, porque una cosa es ganarse la vida (legítimamente) y otra muy distinta mezclar con el género ínfimo el apellido de una familia de gran prestigio intelectual: su más que notable abuelo Mariano de Larra y su padre, Luis Mariano, autor del libreto de "El barberillo de Lavapiés".
Tras la declaración del autor, comienzan a llegar a los periódicos los primeros partes telefónicos procedentes de "musas inspiradoras" o "almas caritativas", presentes en la sala.
El reportero de principios del siglo XX
suplía con entusiasmo la falta de medios
En el artículo que se publica en "El Heraldo de Madrid" se le dará más espacio -es decir, mayor relevancia- a la declaración de las artistas que a las del autor de la obra, el demandante, el alcalde de Madrid, el ilustrísimo literato, el empresario de Price o el mismísimo ministerio fiscal.
Y así nos aclaran que la Cachavera "viste traje de encaje inglés crudo, sombrero gris con cinta de terciopelo rosa y plumas". En vista de que en su papel se tenía que desnudar, el fiscal insiste en saber si "se desnudó con picardía", punto al parecer de la máxima importancia. Lo mejor de todo es que nunca hubo tal desnudo, tan solo se cambiaba tras el telón para irse a la cama y, debajo del camisón, llevaba puesto "el traje de nadadora, el corsé y una malla". Cuando el fiscal insiste en lo de la picardía, la Cachavera le responde muy digna, zanjando la cuestión: "Mi educación nunca me lo había de permitir; pertenezco a una distinguida familia". Punto y final.
Antonia Cachavera luciendo las famosas mallas
que simulaban desnudez
A continuación declara Ascensión Méndez, "vistiendo traje verde adornado de pieles y sombrero negro de paja". Uno de sus papeles, muy breve, consistía en aparentar meterse en la cama con la Cachavera. Como tal cosa se sobreentendía pero en realidad nunca se veía sobre el escenario, no hubo más que hablar y la declaración fue breve.
El plato fuerte estaba a punto para ser servido, y no era otro que el de la mismísima diosa, la protagonista de la obra, Elvira Lafónt. El fiscal quiere saber cómo era el traje que lucía, con el que al parecer exhibía en demasía sus formas. Lafónt se escuda en el carácter mitológico del personaje para justificar la escasez de su indumentaria aunque no lo calificaría de inmoral: "Era un traje ideal, nada material... ¡Como los de la Fornarina!". Fin de la declaración. De su atuendo para el juicio, nada se dice, pero el reportero alaba las rotundas formas de la tiple. Es lo que tiene ser una diosa.
Elvira Lafont era contralto y tuvo una
dilatada
carrera en los escenarios
Es el turno de Pepita Sevilla, con "sombrero de paja blanca adornada de plumas verdes" y "traje de fular a rayas y mangas de tul calado". De sus dos papeles en la obra, ninguno se salva: en uno hace de nadadora, en el otro baila un sensual garrotín. En lo del garrotín se defiende diciendo que lo bailó como le mandó el autor de la música, el maestro Calleja: "como un garrotín cualquiera". En lo que a la parte acuática se refiere, se tiene en cuenta el agravio comparativo de haber sido procesada tan solo ella, cuando en escena aparecía acompañada por todo un coro de nadadoras.
Pepita Sevilla en 1906, el diablo bailando el garrotín
Pero lo mejor llega con la declaración del causante de la causa a causa del cual se ha liado la que se ha liado, el comisario Jiménez, que deja a todos estupefactos cuando declara: "Allí no hubo inmoralidades, ni en la obra ni en las artistas". Se conoce que en estos tres años el señor Jiménez habrá asistido a espectáculos que, tras ponerle los pelos como escarpias, le habían convencido de la beatitud jocosa que reinaba en "La diosa del placer". Por lo visto, nunca antes de aquel día había visto bailar el garrotín. Después de aquello, no se sabe si a causa de sus obligaciones como funcionario público o porque le tomó afición, tuvo que ver bailar más garrotines, llegando a la conclusión de que el de la señorita Sevilla era el mismo que se bailaba en todas partes. Visto un garrotín, vistos todos.
Declaran a continuación Pérez Galdós, Francos Rodríguez, policías y periodistas. Finalmente le toca el turno al señor empresario del Price. Y en su declaración se descubre por qué no se hicieron en su momento las modificaciones exigidas por el comisario para garantizar la continuación de las representaciones: un oculto interés en que la obra se denunciara "para que se rescindiera el contrato y guardarse las 10.000 pesetillas que había de fianza". Cosas de empresarios.
A Pepita Sevilla le da un patatús –no sabemos si por el corsé, el calor o por las 1.000 cucas de la fianza que ve perdidas-y se la llevan a otra sala, "intensamente pálida", para darle un agua de azahar o similar. Es atendida solícitamente por Ascensión, Elvira y Antonia, que por algo son compañeras y demandadas, con lo que eso une.
Sevilla, Méndez, Lafont y Cachavera, se asoman
a una ventana del Palacio de Justicia
Aún hay más declaraciones, pero después de lo que se ha oído en la vista, nadie duda ya a estas alturas de que el fiscal, el Sr. Medina, no acusará a "la diosa" de inmoral ni de falta de pudor. Los tiempos han cambiado, también para la justicia.
A las seis de la tarde se levanta la sesión hasta mañana. La sala, con su estrado y sus bancales de recias y oscuras maderas, se va vaciando. En ella quedarán flotando, no precisamente las palabras, sino tan solo algunas plumitas, verdes y blancas, como frágiles testigos de lo allí sucedido. El ujier abre los grandes ventanales, las plumas salen volando y del exterior llega una vaharada de calor sofocante, ese calor intenso característico del Madrid de una tarde de junio. De la calle llega el rumor de una multitud que, poco a poco, se aleja. Son las tiples, "seguidas de numerosísima corte de admiradores".
Lo dicho, el disloque.
(1)En general las críticas fueron unánimes al calificar la obra como ejemplo de espectáculo sicalíptico o incluso pornográfico. Teniendo en cuenta la cartelera de febrero de 1907, "La diosa del placer" tuvo que poner el listón bastante alto.

sábado, 1 de enero de 2011

LA FORNARINA IX: Volver

Una Fornarina luminosa, "suavizada y pulida"
regresa a España

Tras su éxito europeo y al cabo de tres años de haberse instalado en París, Fornarina decide regresar a España. Llega a Madrid con el "permiso" del empresario del Ambassadeurs de la capital francesa, donde está contratada para la temporada de verano al igual que la temporada de invierno la dedica, principalmente, al Olimpia. El regreso de Consuelo coincide con el del cometa Halley, que en estos días comienza a aparecerse en el cielo de España.

En mayo de 1910 un especialmente brillante cometa Halley
llena de asombro
a los españoles

Sería demasiado fácil la comparación entre estas dos rutilantes y fugaces estrellas, pero no por fácil es menos cierta, ya que Fornarina es en estos momentos y sin duda alguna una estrella: la artista española que ha conseguido prestigio y riqueza ofreciéndole al público europeo una imagen muy diferente de las Otero, Tortajada y compañía, sin necesidad de descoyuntarse en bailes pretendidamente gitanos, con caracolillos, volantes y castañuelas como principal distintivo. Su figura menuda coronada por rubios cabellos, su "picaresca ingenuidad, candorosa malicia" y su estudiada elegancia a la francesa, convierten a Fornarina en un tipo de artista española nunca visto antes al otro lado de los Pirineos.

La Tortajada ... y ¡olé!

Fornarina es ya rica y famosa pero no ha tenido nunca corazón de vagabunda, como Colette. Su más íntimo anhelo es el de comprarse un hotelito (1) en Madrid y, gradualmente, ir abandonando las tablas. Pero todavía es joven, está en lo más alto de su carrera y hasta que llegue el momento de retirarse -sus cálculos son de cinco años- aún le quedan muchas cosas por hacer en el terreno profesional.

El teatro de la Comedia de Madrid, en la actualidad

El 4 de mayo de 1910 Fornarina debuta en el Teatro de la Comedia de Madrid, tras las funciones de tarde y noche de "La viuda alegre". La fecha y el lugar son de gran relevancia en la trayectoria de Consuelo: por una parte significa su regreso triunfal a España después de tres años de éxito internacional y por otra parte enmarca esta reaparición en el mejor de los escenarios posibles, un teatro “serio” y hasta entonces cerrado al cuplé, considerado todavía como género ínfimo. Aunque las cosas ya habían empezado a cambiar.

El elenco del Edén Concert en 1912 todavía parecía llevar un cartel
de "Prohibido a las señoras decentes"

El éxito de las antaño infravaloradas cupletistas y especialmente el de Fornarina en prestigiosos escenarios del resto de Europa, lleva a los empresarios y al público español a un replanteamiento en su consideración del cuplé y sus descocadas representantes y, a su vez, tanto éstas como los autores buscan un acuerdo en formas y contenidos para poder llegar al gran público, esto es, mujeres y familias. Los salones, cafés-cantantes, barracas y teatruchos destinados a un público mayoritariamente masculino, comienzan a desaparecer o a adaptarse a los nuevos tiempos. A su vez los teatros prestigiosos, como el ya citado de la Comedia en Madrid, abren sus puertas a los nuevos repertorios del cuplé.

Raquel Meller en sus comienzos: con ella el cuplé
se convirtió en un género mayor

Fornarina en este sentido es una especie de precursora y abre las puertas a las que, aunque en algunos casos son contemporáneas, llegarían después de ella a ser reconocidas cancionistas de un género que ya no se consideraría ínfimo, extraordinarias artistas aptas para todos los públicos, tales como Raquel Meller, Mercedes Serós o La Goya.

La Goya fue, más que cupletista, tonadillera
y se especializó en repertorios antiguos

El repertorio de Fornarina se adaptará a los nuevos tiempos e irá incluyendo hasta el final de su carrera títulos más románticos y sentimentales, como “La canción del Rhin” o “El primer amor”, juguetones e ingenuos como “El diávolo francés”, cantados en francés como “La Paraguaya”, patrióticos como “La bandera”, humorísticos sin más como “El ojo de cristal”, lo que hoy llamaríamos folklóricos como “Clavelitos” o decididamente melodramáticos como “El último cuplé”. No abandonará nunca del todo lo picante y sugerente como es el caso de su gran éxito “El sátiro del ABC” y “¡Ni una palabra más!” o lo todavía rematadamente sicalíptico como “La llave”, pero también han cambiado las formas y la rubia Fornarina que canta estos temas es más dulce, más comedida en sus gestos y sus maneras son más delicadas en la insinuación. Abandona el “uniforme de cupletista” y sus toilettes, a la última moda de París, han sido estudiadas hasta el último detalle, dejando a un lado el exceso de plumas, lentejuelas, volantes y bisutería. Sus trajes están realizados para la escena pero su corte y los tejidos empleados son de primera calidad y estilizan dentro de lo posible su figura, siempre algo rotunda a la manera española. En cuanto a las joyas, no pueden ser otra cosa sino auténticas. Fornarina reaparece, en dos palabras, “suavizada y pulida” tal y como la definió su gran admirador, autor de algunos de sus temas y personaje muy a tener en cuenta, Alvarito Retana.

Álvaro Retana se hacía llamar "el novelista
más guapo del mundo"

En su debut en el teatro de la Comedia una aterrorizada Consuelo observaría, antes de salir a escena, al encopetado público del prestigioso local formado por hombres y mujeres de la mejor sociedad madrileña, esperando ansiosamente unos y otras –especialmente las otras- la aparición de la tan gentil como "perversa" divette. Han pagado su entrada para poder apreciar en rigurosa primicia la transformación de Fornarina, la transformación en realidad de todo un género, como un entomólogo observa y estudia detenidamente la metamorfosis que lleva a un gusano a convertirse en mariposa. Y mientras, la mariposa, empachada a base de infusiones de tila, sales inglesas y agua de azahar, susurra tras el telón "... si me silban, me muero".

Fornarina en el punto culminante de su carrera:
hermosa, joven y "para todos los públicos"

Sin embargo Consuelo no tenía demasiados motivos para sus temores ya que, con toda probabilidad, la disposición de este público era a priori bastante positiva, no en vano habían transcurrido tres años de inmejorables noticias sobre los éxitos europeos de Fornarina. Además, ésta no había abandonado nunca del todo al público español, regresando cada primavera para actuar en Madrid durante unos días. El avispado empresario de la Comedia Tirso Escudero, no se hubiera arriesgado tanto de no haber tenido por seguro el éxito de la cupletista.

El ilustre riojano don Tirso Escudero,
en el vestíbulo del Teatro de la Comedia

El caso es que el éxito de la convocatoria fue indiscutible, lo que se llamaba "un entradón formidable". Sobrecogida por el silencio absoluto y expectante, apareció en escena una nerviosa y recatada Fornarina, poco escotada, con sus ondulados cabellos recogidos con peinetas de nácar y brillantes, su sonrisa encantadora y "más bonita que un puro con sortija". Comenzó su actuación con los ya famosísimos “Clavelitos” y tras los primeros fervorosos aplausos, cantó con más seguridad en la voz y el gesto, cuplés como “El ojo de cristal”, “El aeroplano”, “El pigui”, "Lo que no olvidan nunca las mujeres", “La embajada”, “La Paraguaya” (en francés) y el inevitable “Polichinela”, entre otros. Hubo aplausos, ovaciones, bises y tres enormes corbeilles (cestas de flores, siempre mejor regalo que un melón). La representación de la maravillosa opereta "La viuda alegre" de Franz Lehar, el gran éxito de la temporada, quedó totalmente eclipsada. El éxito de Fornarina fue apoteósico.

"La viuda alegre", la más emblemática
de las operetas

Se ensalzó en Fornarina, aparte de las archi-conocidas cualidades de belleza, simpatía y gracia, su "arte de la gradación y el matiz... sin caer nunca en lo chocarrero ni en lo insolente". Las damas se preguntaban qué tendría aquello de escandaloso para no haber podido verlo y escucharlo antes, y algunos caballeros acaso se preguntaron si ya nunca volverían a ver a la Fornarina más sicalíptica e insinuante. Pero hombres y mujeres salieron unánimemente encantados del teatro, esa noche y todas las noches mientras duró el contrato de Consuelito en la Comedia, en un principio de ocho días y prorrogado finalmente hasta llegar a los veinticinco.

La Fornarina más recatada, en tonos pastel,
con flores y mantilla de blonda

Los críticos también se rindieron a sus pies, aunque hay que reconocer que para Fornarina fueron siempre benevolentes, salvo excepciones. La palabra más habitualmente empleada por parte de la crítica para calificar a la Fornarina de esta época, posterior a sus estancia en París, es la de "chic", al igual que anteriormente fue "gentil" y en sus comienzos fue simplemente "hermosa" o cualquiera de sus sinónimos. Además Consuelo había adquirido, muy merecidamente, un aura de voluntariosa autodidacta, instruida y políglota, y de lectora incansable de autores como Rubén Darío, Lamartine o Víctor Hugo, entre otros. Se alababa su capacidad de aprendizaje y sus inquietudes intelectuales, a lo cual contribuían sus excelentes relaciones con periodistas, escritores y poetas.

El poeta nicaragüense Rubén Darío fue uno
de los escritores favoritos de Fornarina

De su buena relación con la prensa –algo que Consuelo procuró alimentar durante toda su carrera- nos da idea el famoso banquete que en su honor se celebró en la sala Parisiana el 13 de mayo de 1910. Una radiante aunque algo azorada Fornarina se nos aparece en las fotos de este acto con un extraordinario sombrero, blusa de lamé (2) e impecable traje sastre con falda de talle alto, guapetona y elegante. Por cierto, que a costa de uno de los reportajes gráficos de este acto, el de la revista "Comedias y Comediantes", hubo cierta rechifla durante un tiempo: “La Fornarina, ríe”, “La Fornarina, brinda” y “La Fornarina, bebe” eran los textos a pie de foto, tan poco originales como obsesivos, que registraban casi minuto a minuto todos los pasos de la simpática Consuelito. De sus otras actividades durante el banquete y de su posible tratamiento a pie de foto, se especuló lo suyo durante un tiempo…

La Fornarina, ríe. La Fornarina, brinda. La Fornarina, bebe.

La celebración de banquetes en honor a una artista famosa no era infrecuente. Poco después del de Fornarina se celebró otro para agasajar a su rival, la Chelito. Y unas semanas más tarde se llegó incluso a homenajear a una tal Madame Pimentón, cantante callejera muy famosa en el Madrid de aquellos años, aunque en este caso el homenaje no estaba desprovisto de cierta dosis de guasa.

El banquete de Fornarina en particular nos ha dejado un curioso reportaje gráfico, en el que una Consuelo que se sabe hermosa, elegante, segura de si misma e íntimamente orgullosa, brinda con champagne ante la opulenta y ornamentada mesa en el salón de Parisiana. Más tarde, Fornarina toma el café después de la comida (con su preceptivo vaso de agua incluido), sentada ante un sencillo velador de la terraza, abrigada hasta con bufanda debido al frescor de la primavera madrileña. Pero en todo momento se encuentra rodeada exclusivamente de hombres, no en vano el homenaje había sido promovido por el Ateneo madrileño, feudo masculino por excelencia.

El homenaje en Parisiana: Fornarina en la terraza exterior
con sus admiradores

No hay ni una sola mujer invitada en el evento, por no haber, ni siquiera hay camareras. Consuelo se yergue, hermosa y joven, con su encantadora sonrisa, y brinda su agradecimiento, su orgullo y su más o menos genuino rubor a la admiración de los hombres que le rodean. Es su consecuencia, está allí por ellos y para ellos, se debe a su público como cualquier otro artista pero, al mismo tiempo, su exposición a las miradas, a la admiración o a los deseos de estos hombres, le hace especialmente vulnerable, devastadoramente desprotegida.

El homenaje en Parisiana: Fornarina brinda en el interior
por sus admiradores

Cualquiera de estos caballeros que gustosamente le hubieran ofrecido su abrigo contra el frío, su rendida y absoluta admiración eterna, un collar de diamantes o un ventajoso contrato publicitario, son los mismos que años después no asistirán a su entierro, los mismos que, de no haber mediado su temprana muerte, hubieran ignorado a una madura Consuelo y hubieran organizado otro banquete en honor de la siguiente cupletista de moda, más hermosa, más ambiciosa y , sobre todo, más joven.

A finales de este mismo año aparecen en los periódicos reseñas sobre el debut de una diseuse llamada Manon: joven, guapa, elegante, de voz fina y cuerpo precioso, son algunos de los calificativos que se le dedican, además del de "envidia de Fornarinas y otras". Detrás de Manón está José Juan Cadenas, detrás de él está Fornarina. Y ya tenemos así formado un triángulo de lo más interesante para la siguiente entrada.

(1) El hotelito era el nombre popular que se le daba a una mansión en la ciudad, algo así como un chalet con jardín pero en el casco urbano o a las afueras. Lo que en Cataluña se denomina torre.

(2) El lamé es un tejido realizado con hilos metalizados, generalmente dorados o plateados.

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