Disloque en las Salesas o La sicalípsis a juicio
El 9 de febrero de 1907 se estrena en el circo Price de Madrid una obrita musical titulada "La diosa del placer", cuyos autores eran Luis de Larra (nieto de Mariano de Larra) en el libreto y el maestro Calleja en la parte musical, aunque sólo éste último aparecía como autor en el cartel. La obra, género chico del tipo sicalíptico, tiene un éxito "estruendoso" y los autores son llamados por el público hasta ¡ocho veces! a escena.
Recibe críticas halagüeñas(1), aunque no entusiastas, y es calificada como "alegre"y "muy alegre". Demasiado "alegre", en opinión del señor comisario de policía del distrito, el Sr. Jiménez Serrano, que consideró la obra inmoral y ofensiva para el pudor. El ofendido comisario sugirió al empresario del Price, don Francisco Cartolano, ciertos cambios en la obra, especialmente en lo que se refería a la "intención" del libreto y el atuendo (o la falta de él) de las tiples. Las sugerencias fueron bien recibidas aunque no bien aplicadas y al poco tiempo el gobernador civil de Madrid, el Marqués de Vadillo, ordenó el final de las representaciones e interpuso la correspondiente demanda al autor del libreto, a la sala, al empresario y a las intérpretes.
Portada de "El Heraldo de Madrid" del 3 de junio de 1910,
anunciando la apertura del proceso a "La diosa del placer"
Las demandadas, Pepita Sevilla, Ascensión Méndez, Elvira Lafont y Antonia de Cachavera, estaban dando sus primeros pasos en el mundo del arte y tenían que interpretar dos o tres personajes cada una, con sus correspondientes cambios de vestuario. En opinión de las autoridades competentes, las bellas tiples enseñaban más allá de lo aconsejable e insinuaban más allá de lo permisible, y todo ello en el marco de una historia de tono pornográfico y con un garrotín como pièce de résistance, que al comisario Jiménez le pareció el no va más de lo sicalíptico.
En resumidas cuentas, se prohibe la representación de la obra y se imputa a los demandados un delito de "ataques a la moral con escándalo público" exigiéndose una fianza por las futuras costas del proceso de 2.000 pesetas al autor del libreto, al empresario y al director artístico del Price, y otra de 1.000 pesetas a cada una de las cuatro tiples. Por entonces estas cantidades eran importantes, lo cual nos da la medida de la gravedad del caso. Por cierto, el protagonista masculino de la obra, el famoso actor cómico Emilio Mesejo, no fue citado ni demandado. Hacía de seminarista, con la iglesia hemos topado...
Emilio Mesejo pertenecía a una ilustre familia de cómicos
Los que hoy en día, en pleno siglo XXI, renegamos de la lentitud de los procesos de la justicia en España, deberíamos leer atentamente los periódicos de hace cien años y descubriríamos, para nuestra sorpresa, que esta enfermedad de la demora es tan antigua como el sarampión. Porque desde el escandaloso garrotín hasta el día del juicio aún han de pasar, nada más y nada menos, que tres años y cuatro meses. Y así llegamos al viernes 3 de junio de 1910, fecha de la vista previa al juicio, que se celebra en las Salesas en un ambiente de máxima expectación y no menor incredulidad.
Tres años antes "La diosa del placer" podía haber sido considerada como una obra inmoral por parte de algún funcionario demasiado escrupuloso, pero en 1910 y en pleno auge del género ínfimo, tal inmoralidad es más que discutible y ha sido superada, con creces, por otros espectáculos que en estos años se han ido estrenando.
Don Benito Pérez Galdós: novelista,
dramaturgo y... perito judicial
De cuánto habían cambiado las cosas y de la tímida apertura que había experimentado la mentalidad de los madrileños en este tiempo, dan muestras los nombres de los dos peritos que declaran a favor de "la diosa": don Benito Pérez Galdós y el alcalde de Madrid, el señor Francos Rodríguez. Para ellos no hay pruebas de inmoralidad en la obra ni ofensa alguna al pudor. El alcalde, además, expone el factor circunstancial del teatro y que lo que hace tres años se consideraba escandaloso, ya no lo es ahora. Y cómo –y esto es lo más interesante- la calificación moral de una obra no está tanto en ella misma como en la consideración del público que asiste a su representación. El fiscal pregunta a continuación a Pérez Galdós sobre su calificación de la obra en comparación con otras de género sicalíptico estrenadas posteriormente, como por ejemplo "La manzana de oro". Galdós insiste en su apreciación inicial: ni vista independientemente ni en comparación con otras, "La diosa del placer" puede considerarse como inmoral.
Una escena de "La manzana de oro", con Méndez a la izquierda
y Lafont a la derecha
A pesar de tan graves y prudentes consideraciones, provenientes de tan prestigiosos personajes, tanto el público que se ha congregado en las Salesas como la prensa tienen una sola cosa en la cabeza el día del juicio: la declaración de las cuatro bellas tiples todavía en activo en 1910, dos de ellas (Cachavera y Sevilla) cupletistas con enorme popularidad. En el descanso que se hace a la hora de la comida, las artistas son literalmente llevadas en volandas por los pasillos, entre los fogonazos de los fotógrafos, los piropos y los gritos de apoyo. El disloque.
La vista se hace a puerta cerrada y, tras la inicial decepción, el numeroso público y los no menos numerosos reporteros, inundan pasillos y salas a la espera de noticias. El primero en declarar es el autor del libreto, el Sr. de Larra, que aclara el misterio de por qué no firmó su obra, cuya autoría en libreto y música se atribuyó en el estreno al maestro Calleja: "porque escribe mucho y no le gusta cansar al público con su firma". Tipo listo, con todos mis respetos, porque una cosa es ganarse la vida (legítimamente) y otra muy distinta mezclar con el género ínfimo el apellido de una familia de gran prestigio intelectual: su más que notable abuelo Mariano de Larra y su padre, Luis Mariano, autor del libreto de "El barberillo de Lavapiés".
Tras la declaración del autor, comienzan a llegar a los periódicos los primeros partes telefónicos procedentes de "musas inspiradoras" o "almas caritativas", presentes en la sala.
El reportero de principios del siglo XX
suplía con entusiasmo la falta de medios
En el artículo que se publica en "El Heraldo de Madrid" se le dará más espacio -es decir, mayor relevancia- a la declaración de las artistas que a las del autor de la obra, el demandante, el alcalde de Madrid, el ilustrísimo literato, el empresario de Price o el mismísimo ministerio fiscal.
Y así nos aclaran que la Cachavera "viste traje de encaje inglés crudo, sombrero gris con cinta de terciopelo rosa y plumas". En vista de que en su papel se tenía que desnudar, el fiscal insiste en saber si "se desnudó con picardía", punto al parecer de la máxima importancia. Lo mejor de todo es que nunca hubo tal desnudo, tan solo se cambiaba tras el telón para irse a la cama y, debajo del camisón, llevaba puesto "el traje de nadadora, el corsé y una malla". Cuando el fiscal insiste en lo de la picardía, la Cachavera le responde muy digna, zanjando la cuestión: "Mi educación nunca me lo había de permitir; pertenezco a una distinguida familia". Punto y final.
Antonia Cachavera luciendo las famosas mallas
que simulaban desnudez
A continuación declara Ascensión Méndez, "vistiendo traje verde adornado de pieles y sombrero negro de paja". Uno de sus papeles, muy breve, consistía en aparentar meterse en la cama con la Cachavera. Como tal cosa se sobreentendía pero en realidad nunca se veía sobre el escenario, no hubo más que hablar y la declaración fue breve.
El plato fuerte estaba a punto para ser servido, y no era otro que el de la mismísima diosa, la protagonista de la obra, Elvira Lafónt. El fiscal quiere saber cómo era el traje que lucía, con el que al parecer exhibía en demasía sus formas. Lafónt se escuda en el carácter mitológico del personaje para justificar la escasez de su indumentaria aunque no lo calificaría de inmoral: "Era un traje ideal, nada material... ¡Como los de la Fornarina!". Fin de la declaración. De su atuendo para el juicio, nada se dice, pero el reportero alaba las rotundas formas de la tiple. Es lo que tiene ser una diosa.
Elvira Lafont era contralto y tuvo una
dilatada
carrera en los escenarios
Es el turno de Pepita Sevilla, con "sombrero de paja blanca adornada de plumas verdes" y "traje de fular a rayas y mangas de tul calado". De sus dos papeles en la obra, ninguno se salva: en uno hace de nadadora, en el otro baila un sensual garrotín. En lo del garrotín se defiende diciendo que lo bailó como le mandó el autor de la música, el maestro Calleja: "como un garrotín cualquiera". En lo que a la parte acuática se refiere, se tiene en cuenta el agravio comparativo de haber sido procesada tan solo ella, cuando en escena aparecía acompañada por todo un coro de nadadoras.
Pepita Sevilla en 1906, el diablo bailando el garrotín
Pero lo mejor llega con la declaración del causante de la causa a causa del cual se ha liado la que se ha liado, el comisario Jiménez, que deja a todos estupefactos cuando declara: "Allí no hubo inmoralidades, ni en la obra ni en las artistas". Se conoce que en estos tres años el señor Jiménez habrá asistido a espectáculos que, tras ponerle los pelos como escarpias, le habían convencido de la beatitud jocosa que reinaba en "La diosa del placer". Por lo visto, nunca antes de aquel día había visto bailar el garrotín. Después de aquello, no se sabe si a causa de sus obligaciones como funcionario público o porque le tomó afición, tuvo que ver bailar más garrotines, llegando a la conclusión de que el de la señorita Sevilla era el mismo que se bailaba en todas partes. Visto un garrotín, vistos todos.
Declaran a continuación Pérez Galdós, Francos Rodríguez, policías y periodistas. Finalmente le toca el turno al señor empresario del Price. Y en su declaración se descubre por qué no se hicieron en su momento las modificaciones exigidas por el comisario para garantizar la continuación de las representaciones: un oculto interés en que la obra se denunciara "para que se rescindiera el contrato y guardarse las 10.000 pesetillas que había de fianza". Cosas de empresarios.
A Pepita Sevilla le da un patatús –no sabemos si por el corsé, el calor o por las 1.000 cucas de la fianza que ve perdidas-y se la llevan a otra sala, "intensamente pálida", para darle un agua de azahar o similar. Es atendida solícitamente por Ascensión, Elvira y Antonia, que por algo son compañeras y demandadas, con lo que eso une.
Sevilla, Méndez, Lafont y Cachavera, se asoman
a una ventana del Palacio de Justicia
Aún hay más declaraciones, pero después de lo que se ha oído en la vista, nadie duda ya a estas alturas de que el fiscal, el Sr. Medina, no acusará a "la diosa" de inmoral ni de falta de pudor. Los tiempos han cambiado, también para la justicia.
A las seis de la tarde se levanta la sesión hasta mañana. La sala, con su estrado y sus bancales de recias y oscuras maderas, se va vaciando. En ella quedarán flotando, no precisamente las palabras, sino tan solo algunas plumitas, verdes y blancas, como frágiles testigos de lo allí sucedido. El ujier abre los grandes ventanales, las plumas salen volando y del exterior llega una vaharada de calor sofocante, ese calor intenso característico del Madrid de una tarde de junio. De la calle llega el rumor de una multitud que, poco a poco, se aleja. Son las tiples, "seguidas de numerosísima corte de admiradores".
Lo dicho, el disloque.
(1)En general las críticas fueron unánimes al calificar la obra como ejemplo de espectáculo sicalíptico o incluso pornográfico. Teniendo en cuenta la cartelera de febrero de 1907, "La diosa del placer" tuvo que poner el listón bastante alto.
Muy divertida la exposicion. Es de agradecer el trabajo de investigacion y el de redaccion tambien estimulante
ResponderEliminarMe parece maravilloso que te haya divertido esta entrada, ya que eso pretendía. Me pareció desde el primer momento que esta historia jurídico-sicalíptica era pura comedia. Salvo alguna concesión imaginativa de tipo ambiental, lo que cuento en ella es rigurosamente cierto. ¡Qué tiempos los del cuplé!
ResponderEliminarEl inmarcesible Álvaro Retana, en su parcialmente autobiográfica "Pobre chica la que tiene que servir" se extiende largamente sobre una anécdota que transcurrió entre la Cachavera y el magistrado que había de juzgar el caso. Un saludo y muchas felicidades por el blog.
ResponderEliminarSeñorita, publico una entrada en la que linkeo una de estas imágenes, y en la que cito este escándalo, espero que no le moleste ^^
ResponderEliminarFotos de Pepita, em Portugal e link para este verbete
ResponderEliminarhttp://mulheresilustres.blogspot.pt/2012/10/pepita-sevilla.html
Estupendo blog! Una auténtica maravilla, te incluyo en mi lista.
Eliminar¡Qué interesante historia! La carta a Galdós de Luis de Larra es de un agradecimiento sumo. ¡Cuánto se devertiría el socarrón Galdós en esta vista!
ResponderEliminarYolanda
Gracias por tu comentario Yolanda. Me alegro de que te haya gustado la entrada. ¿Podrías darme algún dato más sobre la carta de agradecimiento que mencionas? Mi e-mail es tyjmateos@gmail.com.
Eliminarme encanta, gracias
ResponderEliminarcómo te llamas?