La Fornarina y otras cupletistas que marcaron una época

La Fornarina y otras cupletistas que marcaron una época: mujeres ayer admiradas, hoy olvidadas

viernes, 14 de diciembre de 2012

Intermedio: UNA NAVIDAD DEL CUPLÉ

Este blog ha cumplido dos años en octubre y, hasta ahora, no se me había ocurrido dedicarle una entrada a las navidades de los tiempos del cuplé. Le agradezco la idea, deliciosamente desarrollada en su blog, a mi amiga de "enAteneo" (http://enateneo.blogspot.com.es/). A ella está especialmente dedicada esta entrada. Y a todos vosotros, mis lectores.
La Sultana, enésima cupletista de moda, era portada de la edición del 25 de diciembre de 1912 en la prestigiosa revista "Mundo Gráfico". Parecía desearnos, con su rotunda presencia física, esplendorosas y contundentes comilonas navideñas, señal inequívoca de prosperidad por aquellos años.

Aquellas Navidades de 1912: de cuplés, reinas, pavos y cosas que nunca cambian

Hace exactamente 100 años nuestros antepasados, tanto los ilustres como los ignorados, tanto los nobles como los plebeyos, celebraban la navidad y el año nuevo ateniéndose a tradiciones que aún seguimos nosotros y perdiendo otras que ya nunca volverían, exactamente igual que ahora...
Para celebrar aquellas contundentes comilonas era obligación, en todo hogar burgués o mínimamente acomodado, un banquete a base de pavo. La diferencia con nuestros días era la convivencia previa de la familia con el desdichado animalito, durante unas horas en las que se daban todo tipo de imprevisibles situaciones.
Estos otros animalitos se libraban de ser carne de banquete (al menos, durante  la navidad de 1912) y celebran su suerte con una muy particular y nevada navidad. Esta ingenua postal del caricaturista Louis Wain, era muy del gusto en aquellos años en lo que se refería a felicitaciones navideñas.
Y para quien se queje de la gastronomía navideña del siglo XXI, aquí le dejo una receta de pavo de hace justo un siglo. A ver quién es el guapo o la guapa que con ella se atreve.

Pavo en galantina:
Bien vaciado y limpio un pavo (recordad que había que comprarlo vivo y "ejecutarlo" en casa), chamuscado y separados todos sus despojos, se deshuesa y en crudo, lo que queda.
Se deshilacha (un premio para quien me diga qué técnica es esta del deshilachado) la carne de las pechugas y de las patas o muslos y se ponen en una ensaladera, sazonando con sal, pimienta y una rociada de gotas de aceite.
Se deja que el pavo tome la sazón un par de horas, y entretanto se van picando media libra de ternera (otro premio para el que me dé las equivalencias de los pesos y medidas de entonces), otra media de jamón crudo y un cuarterón de tocino muy fresco, que se sazona, al mezclarlo bien, con todas (sí, sí, todas) especias, mojándolo además con una copa de cognac.
Se amasa luego, para expresarlo mejor esta mezcla, con la carne deshilachada del pavo y se le van incorporando trufas en la cantidad que se quiera (con la crisis del 2012, ni una), cortadas como medias pesetas, y también cuadraditos de lengua a la escarlata y alguno que otro pistacho mondado.
En la cocina antigua, con todo esto o cosa parecida se rellenaba un pavo deshuesado y se concluía la operación asándolo o braseándolo, pero es faena molesta y poco práctica, y conviene terminar el procedimiento según mi receta (estáis avisados).
Ya la masa bastante trabajada, se moldea en forma cilíndrica, en un lienzo fuerte de hilo, que la da diez o doce vueltas(?!), para prensarla y ceñirla bien con bramantillo.
Se coloca la galantina en una cacerola de brasear y sobre brasas, con fuego encima de la cobertera de campana, que ha de cubrir la cacerola, y se cuece durante tres horas en caldo concentrado que la bañe con las grasas y desperdicios de la preparación, dos manos de ternera y todos los despojos y huesos del pavo. Se agregan (si a estas alturas no se te ha prendido fuego la cocina, o la casa entera) zanahorias, cebollas y nabos, sazonando fuerte, y al cabo de las tres horas se saca la galantina de la cacerola, se desata y se rectifica cualquier deformidad, se envuelve nuevamente en el mismo lienzo (otras diez o doce vueltas, pero esta vez con el trapo pringadito perdido), pero ligando con bramantillo nuevo, y se coloca el manjar entre dos tablas, poniendo en la de encima mucho peso para que la carne suelte todo su jugo.
A las doce horas (tiempo necesario para descansar de la receta, ni una hora menos), y en sitio fresco, se saca la galantina de su envuelta y se coloca en una fuente larga y allí, con un pincel, se le van dando manos de manteca de cerdo nada más que derretida, para que al concretarse cada untura formen todas, una capa sobre la superficie de la galantina del espesor que se quiera, pues depende de la cantidad de manteca de cerdo y de la paciencia del operador.

(En fin, que no se diga que en este blog no se dan recetas. Ya me contaréis qué tal os quedó la galantina, espero impaciente vuestros comentarios).

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Entonces, como ahora, los mercadillos navideños eran un buen motivo para distraer a los niños y calmar el ansia consumista de los pequeños... y de los mayores. Este mercado de la plaza de Santa Cruz en Madrid ya no se celebra, igual que los niños ya no visten de marineritos ni las señoras se ponen faldas largas cuando llueve. 
Otro mercadillo navideño, esta vez en Barcelona, con sus señoras encopetadas comprando y los vendedores tocados con gorrilla: en los sombreros se veían claramente las diferencias de clase, situación que se repite en los más pequeños...
...como estas niñas, tan elegantes como formalitas, con sus aparatosos sombreros de lazada de raso.  Eso sí, entonces como ahora, los puestos con figuritas para el belén eran una tentación irresistible y causaban el mayor de los asombros.
Los deportes de invierno, recientemente puestos de moda, servían como reclamo publicitario de este establecimiento madrileño de "delicatessen": jamones, turrones, mazapanes y vinos de crianza, entonces llamados "viejos".
El tamaño siempre ha importado: cuanto mayor era una cesta, mayor la satisfacción del que la recibía y  mayor el prestigio del que la regalaba. Eso sí, el contenido era digno del peor de los ataques de gota.
Y para aquellos que se tenían que contentar con mirar las cestas desde el otro lado del escaparate, siempre quedaba una opción: la caridad. Estos pobres salen del ropero del Palacio Real de Madrid, donde la realeza y la aristocracia lavaban sus ociosas conciencias. Para comer estaban los comedores de beneficencia, casi siempre llevados por órdenes religiosas.
Para los pobres siempre quedaba una esperanza, la ilusión improbable pero enormemente popular de que te tocara la lotería de navidad, el famoso "Gordo" (la gordura era sinónimo de riqueza y salud) que, entonces como ahora, tenía un enorme poder de convocatoria.
Y para celebrar que te ha tocado, al menos, una "perra gorda" en la  pedrea, qué mejor que brindar con sidra "El Gaitero": más barata que el champagne francés, más conocida que el cava catalán (aún no tan extendido su consumo como ahora) y con baja graduación alcohólica, apta para dignas damas y menores de edad.
Y después de cenar, tras el brindis, todos al teatro. En la navidad de 1912 triunfan las operetas, como esta de "Los húsares del Káiser", con las deliciosas Ana Lopetegui, Julia Fons y Amparo Pozuelo. Espectáculo familiar, apto para todos los públicos (como la sidra) igualaba en popularidad al cuplé, entretenimiento de mayor graduación (in)moral.
Entre las cupletistas, muchas de ellas tan deslumbrantes y efímeras estrellas como la del portal de Belén, destaca en  la navidad de 1912 la Bella Montalvito. Como reza el pie de foto triunfa en América y se marcha escopetada a París, para celebrar allí la Nochevieja de 1912, probablemente la mejor de su vida.
Y para damas que desean mejorar su aspecto sin ir maquilladas "como una vulgar cupletista" hay productos milagrosos como la Creme Sirena, en dos tonos: blanco para toda mujer y rosa para las pálidas o morenas(?). Para las de color verde o violeta tirando a rojo, la Creme Sirena, simplemente, no servía.
El estilo que comenzaba a imponerse en la moda, basado en la antigüedad clásica, se basaba en  la palidez, la delicadeza y la languidez de las prendas sueltas. Esta innovadora portada de Nuevo Mundo celebraba una navidad modernista.
Como no podía ser de otra manera, una parte importante de la dicha navideña consistía en el arte de regalar y ser regalado. En los tiempos del cuplé, la zarzuela y la opereta, regalar un piano o una pianola (menos exigente) era una opción elegante, aunque el gramófono estaba empezando a ponerle las cosas difíciles.
A la reina Victoria Eugenia le llegaban los regalos en las navidades por partida doble, ya que celebraba su cumpleaños el 23 de diciembre. Sus joyas fueron famosas, por su gusto y por su gasto, una manera como otra cualquiera que tenía su marido de hacerse perdonar sus innumerables infidelidades.
Y para terminar, os dejo la felicitación del Año Nuevo 1913, de la delicada Mademoiselle Marguerite de Denain, artista francesa de variedades. En su gesto se resume esta entrada y, acaso, todo este blog: la nostalgia, la dulce nostalgia, ya no es lo que era...
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