La Fornarina y otras cupletistas que marcaron una época

La Fornarina y otras cupletistas que marcaron una época: mujeres ayer admiradas, hoy olvidadas

martes, 21 de junio de 2011

Intermedio: Interior de cupletista


Fornarina en tonos verdes, rubia, reflexiva y algo triste




¿Quién fue, de verdad, Fornarina?

Los que seguís este blog ya sabréis a estas alturas que Fornarina fue una famosa cupletista que alcanzó fama y fortuna a comienzos del siglo XX, pero que detrás de ese alias artístico había sencillamente una mujer, Consuelo Vello Cano, la hija del guardia civil y la lavandera. Había una mujer o había varias, porque no fue la misma la chulona que posaba para postales artísticas y vendía su cuerpo arrastrada por la necesidad, que la artista consagrada a la que regalaban aderezos de diamantes admiradores de toda Europa.
El mundo cambió radicalmente tras la Primera Guerra Mundial
Consuelo fue una mujer que nació en la España de finales del siglo XIX y murió en 1915, en plena Gran Guerra, tras vivir intensamente los ambientes y las modas que conformaron la Belle Époque y sin llegar a conocer los cambios que sobrevendrían tras el armisticio. No conoció la Revolución rusa, ni la dictadura de Primo de Rivera, ni el exilio de Alfonso XIII, ni el advenimiento de la II República española. No vivió los diferentes "ismos" culturales, políticos y sociales que definieron el siglo XX, tan dispares y significativos como el cubismo, el feminismo o el fascismo.


"El fumador" de Juan Gris, con su impactante composición
cubista, era lo más innovador en el panorama artístico de 1913

En muchos sentidos, debido a la temprana muerte que impidió su evolución como persona y como artista, su figura se nos antoja especialmente anticuada y su estilo musical algo arcaico. Sin embargo en su momento fue todo lo moderna que se podía aspirar a ser en la España de la época, y se movió siempre con soltura entre los convencionalismos más rancios y la libertad casi absoluta que su condición de artista le concedía.
Como artista vivió una vida fuera de lo corriente, más libre de ataduras e independiente que la del común de mujeres españolas de 1900 y sin embargo, curiosamente, siempre soñó con alcanzar el estatus más respetable de señora burguesa "como Dios manda". No se diferenciaba en ello del resto de mujeres de su tiempo, para las que formar una familia, tener una estabilidad económica y conseguir un reconocimiento en sociedad eran las metas más comunes, salvo excepciones. En el caso de Consuelo, sus orígenes humildes y su pasado oscuro hacían estas metas aún más deseables y así luchó duramente durante toda su corta vida para conseguir “llegar” a triunfar tanto profesionalmente como en el terreno personal.
Fornarina ¿una superdotada?
Hay un rasgo en la personalidad de Consuelo que resulta muy chocante y que ofrece variadas lecturas: su increíble capacidad de aprendizaje. Podría haberse tratado de una estratagema publicitaria si no fuera por la unanimidad con que es admirativamente confirmada por diferentes fuentes, tanto por parte de sus biógrafos como de sus entrevistadores o incluso por el propio Cadenas. Cuando éste -muy en su papel de Pigmalión- emprendió la labor de pulimentado de Consuelito, se encontró con una mujer muy joven y prácticamente analfabeta, que no hablaba por "no ofender" y que devoraba prácticamente todo aquello que se le recomendaba leer. Fue capaz de aprender lo fundamental de un idioma en un tiempo récord (primero el francés, más tarde el alemán, el portugués y un inglés básico pero suficiente), además de escribir sin faltas de ortografía y saber redactar con soltura y gracia su correspondencia.


Desde que se inaugurara el 12 de octubre de 1912,

el hotel Palace de Madrid fue el favorito de Fornarina


En poco tiempo Consuelo se convirtió en una encantadora criatura capaz de moverse con garbo y seguridad en los mejores salones. Tan preparada para alternar con la alta sociedad en los ambientes más refinados (siempre hubo revoloteando a su alrededor algún que otro aristócrata), como para opinar sobre la última obra de Rubén Darío o para recitar en voz alta algún poema de Lamartine, en francés, bien sûr.
Se trataba sin duda de una mujer joven y ambiciosa dispuesta a toda clase de sacrificios para alcanzar la fama, pero no debía ser fácil estudiar con tanto provecho teniendo una base tan débil y estando sometida a las agotadoras sesiones diarias de los espectáculos de variedades. El misterio persiste: ¿cómo consiguió Fornarina adquirir en tan poco tiempo una cultura más que aceptable partiendo practicamente de la nada?
La Fornarina amiga y compañera
Aunque las apariencias pudieran desmentirlo no fue una mujer ambiciosa y estuvo siempre bien considerada por parte de sus compañeras de tablas, que no tuvieron que temer por parte de ella arranques de diva, comentarios despectivos o maniobras poco honestas en el terreno laboral. Esta regla tuvo sus excepciones: famosos fueron sus encontronazos con la Chelito y su empresaria madre, que por otra parte nunca llegaron más allá de la salida del teatro.
Cuando le pedían su opinión sobre alguna de sus colegas de profesión, la gentil Consuelo contestaba favorablemente o bien con cierta dosis de diplomacia: "no he tenido la ocasión de verla actuar" y "desgraciadamente no he podido ver el espectáculo todavía", eran frases suyas tan socorridas como bienintencionadas.
La gran Raquel Meller, indiscutible como artista,
fue un ejemplo de diva caprichosa e irascible
Debido a su enorme popularidad, Fornarina fue imitada o parodiada en numerosas ocasiones. Otras cantantes que comenzaban interpretaron sus temas más famosos, garantizándose así la asistencia del público a sus primeras actuaciones, como la posteriormente famosa Blanquita Suárez, la mediocre Preciosilla o la pérfida Manón, cuya confesada admiración por Consuelo fue inversamente proporcional al daño que le causara en lo personal.
Blanquita Suárez pasó de tiple a cupletista adaptando
los temas de Fornarina a su propio estilo
Preciosilla fue una declarada admiradora de Fornarina,
a la que "fusiló" alguno de sus temas
La Fornarina artista fue especialmente querida por los transformistas de la época, que no sólo han existido siempre sino que además eran artistas muy bien considerados en la edad de oro de las variedades españolas. Salmar (más tarde Edmond de Bries), Graells y otros, imitaron los ademanes, la voz y el vestuario de Fornarina con mayor o menor acierto pero siempre desde el cariño y la admiración.
Amadeo "Graells" imitó a las más populares
cupletistas de la época, Fornarina incluida
Caricatura de Fornarina aparecida en "El Heraldo de Madrid",
con motivo de una actuación de beneficio en el teatro de la Comedia
Y no imitación sino desternillante parodia fue lo que hizo de Fornarina la insigne comedianta Loreto Prado en el sainete "La brocha gorda". Y Consuelo, lejos de sentirse insultada, no sólo lo encajó positivamente sino que además acudió a ver la función y felicitó a la Prado, con la generosidad y el buen humor que le eran propios... a ambas. Consuelo llegó a tener una sólida amistad con la Prado y su marido, el no menos célebre cómico Enrique Chicote.
Loreto Prado, de extraordinaria vis cómica, desde sus comienzos
comprendió que lo suyo no era la belleza física
Enrique Chicote, marido de Loreto Prado, formó con su mujer
una compañía teatral de enorme popularidad
De sus amistades dentro del gremio se conoce su estrecha relación con la bailarina Amalia Molina. Esta sevillana de grandes ojos negros, otra de las bellezas de la época, fue asimismo conocida por su buen carácter y su afabilidad. Compartió cartel con Fornarina en múltiples ocasiones en sus comienzos y las duras circunstancias por las que tuvieron que pasar las convirtió en amigas incondicionales. En el mundo de las variedades y el cuplé una amistad entre dos artistas de su talla no era cosa frecuente, y no se debía tanto a las rivalidades o los piques como a la falta de contacto que propiciaban las frecuentes giras y cambios de escenario.
Amalia Molina, sevillana pizpireta y talentosa,
fue la mejor amiga de Fornarina
Ya he mencionado en alguna ocasión a Nati, la secretaria, costurera, amiga, confidente y, en fin, "chica para todo", que acompañó a Consuelo durante gran parte de su carrera. La figura de acompañante de cupletista, sobre todo al comienzo de sus carreras, se adjudicaba en muchas ocasiones a la madre, una hermana o una tía que velaban por el buen nombre de la artista y la mantenían a salvo de acosadores, moscones y otras hierbas.


Esta imagen es la única que he encontrado de Nati,
la leal y discreta acompañante de Fornarina

En el caso de Fornarina, habiendo muerto su madre cuando todavía era muy joven y siendo su hermana muy pequeña todavía, este papel fue representado por Nati, de la que apenas se dice nada en las crónicas de la época. Acaso fuera entonces considerada como poco más que una sirvienta o doncella de confianza, figura también muy común en las artistas consagradas y de economía algo desahogada. Pero sin duda era mucho más: hacia el final de la carrera de Consuelo, estando ésta en plena crisis sentimental y profesional, sus caminos se separaron para volver a unirse cuando la cantante enfermó gravemente. Poco sabremos de Nati pero queda clara su lealtad y su afecto por Fornarina.

Gustos y aficiones

En sus entrevistas se evidencia un aspecto de la personalidad de Fornarina que a ella parecía encantarle exponer a la opinión pública en todo momento: la humildad de su forma de vida y la relativa sencillez de sus costumbres, tanto en lo cotidiano como en lo extraordinario.
Siempre que tenía ocasión se fotografiaba para las entrevistas vestida con mandil -eso sí, inmaculado y exquisito-, en poses austeras en el interior de su casa e incluso cocinando. Se declaraba amante del hogar, de las tareas domésticas y de los sabores sencillos. Y era ciertamente lo que hoy llamaríamos una mujer descomplicada, en la que las influencias de la sofisticada Belle Époque de París o la modernista Viena apenas hicieron mella.



Los perfumes de Coty eran los favoritos de Fornarina
y de muchas otras elegantes de la Belle Epoque

Sí le gustaban las joyas, especialmente los diamantes, que consideraba como el resto de sus contemporáneas como una forma de inversión, ahorro y seguridad para el futuro, tanto o más que como lujoso ornamento. Se sabe de su afición por los perfumes de Coty, densos y empolvados, al gusto de su época. No se maquillaba en exceso, como no fuera para sus actuaciones, aunque la decoloración de su abundante cabellera se debía llevar bastante de su tiempo libre.


Sombreros de 1913: en la Belle Époque un sombrero
era extravagante o no era un sombrero

Sus pequeñas vanidades más conocidas fueron algún que otro favorecedor sombrero a la última; abrigos, manguitos o echarpes de armiño o zorro (las pieles de moda); sus elegantes vestidos de gala, incluyendo aquellos que encargaba en París para sus recitales; los sobrios trajes de impecable corte que utilizaba para el día, y poco más. Tuvo durante un corto período coche y mecánico (así se le llamaba por entonces al chófer) con los que salía a pasear por la Castellana a veinte por hora, más por lucimiento que por prisa; esta moda, adoptada por muchas damas elegantes y alguna que otra artista de éxito, no fue del total agrado de Consuelo que no tardó en vender coche y prescindir de mecánico. No fue la más extravagante de las cupletistas, ni se hizo tristemente famosa por sus dispendios. En cuanto a los regalos de sus admiradores, no siendo responsable de ellos, poco pueden decirnos sobre su personalidad como no fuera que siempre fue lo suficientemente agradecida como para no despreciarlos.

Todo un (buen) carácter
De Fornarina no se hablaba nunca mal, ni por parte de la prensa ni por parte de los compañeros de profesión o empresarios. Todos alababan su buen carácter, su simpatía y su falta de ínfulas o su claridad a la hora de reconocer un pasado que, en algunos momentos, tuvo sus episodios sórdidos. En su trato era agradable y sencilla, siempre atenta y amable, lo que comúnmente se conoce como una “buena persona”. También era contradictoria, como toda personalidad que se precie de mínimamente compleja lo puede ser. Por un lado tenía inquietudes intelectuales y, aparte de sus amistades en esos círculos, era ciertamente una voraz lectora de los textos y autores más prestigiosos de su tiempo. Por otro lado era supersticiosa y algo crédula, herencia acaso de sus tiempos de chulapa barriobajera. Considerada con razón como cosmopolita y muy "viajada”, tenía sin embargo prejuicios raciales tal y como demuestran sus comentarios a raíz de su famoso incidente con el joyero judío Lacloche. Podemos decir, en su descargo, que su antisemitismo -del que probablemente no era consciente- no le diferenciaba demasiado del resto de sus contemporáneos.

Fornarina era muy devota de la Virgen de la Paloma

Fornarina tuvo una vida que los biempensantes de entonces podrían considerar como inmoral (cupletista y amancebada), pero estos mismos biempensantes se quedaban perplejos ante sus profundas convicciones en materia religiosa, siendo considerada como persona muy devota incluso para los cánones de la época. Hizo múltiples donaciones para obras de caridad y siempre que se le pidió, trabajó gratuitamente para diferentes causas benéficas. Lo que en otras artistas del género ínfimo significaba un constante "lavado de imagen", algo hipócrita, en ella fue una demostración sincera de sus fuertes convicciones en materia religiosa y social: nunca olvidó las privaciones de su infancia y los obstáculos que tuvo que vencer apenas sin ayuda.


Su sonrisa cautivó a todos los que la conocieron

Fueron famosos rasgos suyos como su sonrisa y su dulce voz. Quienes le vieron actuar o se relacionaron con ella más íntimamente siempre alabaron su forma de pronunciar, su perfecta dicción y su entonación armoniosa. En las entrevistas, si limpiamos el exceso de corrección de estilo de la prensa de la época, se nos aparece una Consuelo cercana, coloquial, cómplice del entrevistador y del lector, que nos cuenta las cosas con sencillez pero al mismo tiempo cuidando las formas. Tenía grandes dotes para la comunicación y casi nunca dio "puntada sin hilo", siendo en sus declaraciones a la prensa tan cuidadosa como sincera: lo que no se dice no existe y lo que se cuenta, siempre es por algo...
Sin embargo, este buen carácter ocultaba un temperamento apasionado y, en algunas ocasiones, volcánico. De ello dan muestra sus enfrentamientos con el público. Durante toda su carrera, desde los comienzos en salas de género ínfimo hasta prácticamente el final, en teatros de más categoría, tuvo encontronazos con los espectadores que la prensa oportunamente difundía y de los que se hablaba durante mucho tiempo. Bien es verdad que el respetable de entonces no mantenía con los artistas el alejamiento correcto y casi temeroso de hoy en día. Un público enfervorizado aplaudía, vitoreaba y hasta llevaba en volandas a sus ídolos si el espectáculo era de su agrado. Este mismo público reaccionaba con insultos, sonados pateos o inmundos proyectiles si lo que se le ofrecía no colmaba sus expectativas. Por su parte los artistas, sobre todo las cupletistas del género ínfimo, no se callaban ni debajo del agua y respondían con todo su arsenal disponible a las reacciones más agresivas. Todo muy visceral, muy básico, como si de alguna manera artista y público formaran parte de una gran familia, personajes de una tragicomedia cotidiana, las dos caras de una misma moneda.
Fornarina, ya hemos visto, no se paraba precisamente a reflexionar si tenía que lanzar melones a admiradores insolentes o hacer finísimos cortes de mangas a un público que pedía más allá de lo que ella quería ofrecerles. No era la única: en el género ínfimo muchas de sus colegas se las vieron y se las desearon con señores de testosterona soliviantada que pedían más carne en el atuendo, más contoneos en los movimientos y más malicia en las interpretaciones.

Fornarina y el amor de su vida

También en su vida sentimental podemos ver, aunque hay que afinar algo más para conseguirlo, a una Consuelo temperamental y bravía que hacía lo que le daba la gana. Se cree que tuvo numerosos amantes o admiradores “predilectos”, como el poeta Enrique Amado o su protector anónimo de los últimos años, pero siempre sostuvo ante íntimos y extraños que el amor de su vida había sido José Juan Cadenas. Y si bien es cierto que no se le conoce relación oficial más que esta, no es menos cierto que vivieron separados durante largos periodos, que su relación era intermitente y que ambos olvidaban con frecuencia el lazo que al otro le unía.

Cadenas en su juventud, con sus imponentes bigotes, sus ojos soñadores
y su melena romántica, hacía estragos entre las damas

Cadenas, al que Álvaro Retana llamaba “el mosquetero” por su bigote y su tendencia a las aventuras (no precisamente de capa y espada), era tan profesional y responsable en el terreno laboral como picaflor e inestable en el sentimental, al menos en esta época de su vida. Vamos, que le gustaban las señoras, y en sus actividades lo tenía fácil ya que viajes y "artisteo" eran –y siguen siendo- campos abonados para el flirt. Sin embargo Fornarina, a su manera, le fue fiel y leal a Cadenas hasta el fin. Siempre manifestó ser mujer de un solo amor, de un solo hombre, por otra parte uno de los principales tópicos de la feminidad en todas las épocas y culturas.
Su agitada relación se mantuvo a pesar de todo durante más de diez años. No se tiene constancia de que tuvieran hijos, aunque probablemente Consuelo no era fértil a causa de alguna patología de la que ya os hablaré más adelante. No sabemos si, de haber sido padres, se hubieran llegado a casar. Ambos eran solteros pero José Juan no debió llegar a pedir en matrimonio a Consuelo o quién sabe si ésta, “casada con su arte”, no quiso comprometerse hasta tal punto. Su supuesto noviazgo no era más que la tapadera de su convivencia sin papeles ni bendiciones. A ella le gustaba contar la vida sencilla que llevaba con Pepe -como familiarmente le llamaba- y que tanto en París como en Madrid vivían en un piso pequeño, modestamente, en el que ella misma se ocupaba de hacer la compra, cocinar y otras tareas domésticas.
Una pensativa Manón, en pose clásica, captada
en pleno ensueño modernista

Que Cadenas se comportó en estos últimos años como un canalla es una lectura demasiado fácil de una historia de la que sólo conocen la verdad sus dos protagonistas. Seguramente Fornarina idealizó a José Juan y su sumisión total fuera, a la larga, más una carga para él que una demostración de amor y agradecimiento. Especialmente cuando ya había surgido en la vida de Cadenas la otra Consuelo: Consuelo Torres "Manón", madre soltera, diseuse aspirante a actriz de alta comedia, mujer de aspecto delicado y espiritual pero de férrea ambición, en definitiva con una personalidad muy diferente a la de Fornarina.

Una mala racha la tiene cualquiera
Si algo caracterizó la personalidad de Fornarina fue su voluntariosa decisión por trascender, por dejar atrás su duro pasado y hacerse un nombre que perdurara en el tiempo, otorgándole fama, consideración social, admiración, fortuna y un amor duradero. Luchó durante toda su corta vida para conseguirlo todo y casi todo obtuvo, excepto el amor. Si no hubiera fallecido con treinta y un años, quién sabe qué le hubiera acontecido en ese terreno, con su Pepe o con otro. Pero el caso es que tras la ruptura con Cadenas Consuelo pasó una época triste y negativa que, para colmo, se solapó con el agravamiento de su enfermedad y el comienzo de la Gran Guerra.

Carmen de Burgos "Colombine", periodista y escritora,
fue pionera del feminismo español

Cuando Colombine -seudónimo periodístico de Carmen de Burgos- le hizo una entrevista a Fornarina en su hotelito, postrada en cama convalenciente de su última crisis y todavía febril, quedó impresionada por la sencillez de la cupletista y el genuino dolor que destilaban sus palabras. Fue la última entrevista que le hicieron y en ella le envió un velado mensaje de amor y auxilio a Cadenas, declarando su amor incondicional y eterno por el hombre que todo lo significó en su vida y sin el que se sentía perdida. Consiguió con sus palabras y su vulnerabilidad conmover a Colombine, escritora brillante y comprometida, periodista aventurera y prototipo de mujer independiente, a la vanguardia del feminismo más combatiente que pudiera ser posible en la España de 1915. Para una mujer como ella la postura de Fornarina era precisamente aquella contra la que había que luchar: la mujer sumisa que no sabe ver sus propios valores, eclipsados por los del hombre omnipotente y omnipresente, la figura masculina sin la que una mujer, incluso una tan inteligente, hermosa y triunfadora como ella, pasa a segundo plano y no tiene auténtico sentido.

Lo demás es silencio

Si hemos de hacer caso a las declaraciones de alguno de sus amigos o conocidos de los últimos años, hubo también una Fornarina opiómana de lánguidas posturas y ojos entornados, que sin embargo siguió actuando en los escenarios con normalidad prácticamente hasta el fin. Su enfermedad debió causarle grandes dolores durante al menos el ultimo año de su vida. En casos así todos haríamos cualquier cosa para paliar el dolor, más si tenemos en cuenta que la medicina de la época no ofrecía gran variedad de remedios analgésicos y éstos estaban en muchas ocasiones basados en derivados del opio.
Una lánguida Fornarina, en pose relajada y actitud risueña
Si Fornarina le dio al láudano con soltura y apremio o si fue algo esporádico y casi anecdótico, nada sabemos con certeza ni probablemente lo sabremos jamás. Forma parte de esa intimidad que Consuelo se llevó a la tumba, de los secretos que fueron enterrados con ella bajo ese ángel de Benlliure que, por algo será, pide silencio a todo aquel que allí se acerca.
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