La Fornarina y otras cupletistas que marcaron una época

La Fornarina y otras cupletistas que marcaron una época: mujeres ayer admiradas, hoy olvidadas

lunes, 11 de octubre de 2010

LA FORNARINA II: Niñez y miseria

Lavadero y secadero a orillas del Manzanares,
principios del siglo XX

De la mísera infancia de Fornarina se ha escrito mucho: desde muy pequeña tuvo que ayudar a su madre lavando ropa en los lavaderos del Manzanares. En fotografías de la época (la que os muestro es de Alfonso) se puede ver bien cuales eran las condiciones de trabajo de estas mujeres, sin lavadoras ni detergentes ni condiciones dignas de trabajo: se lavaba a mano, en todas las épocas del año, en los lavaderos situados a las orillas del río, a veces en la misma orilla, de rodillas y con jabones ásperos, kilos y kilos de ropa ajena. A continuación se ponían a secar en interminables filas de tendederos, así cayera un sol de justicia o una de esas heladas -el que vive en Madrid las conoce- que dejan los dedos amoratados y llenos de sabañones. Si no era el más ínfimo de los trabajos que una gran ciudad podía ofrecerle a una mujer humilde, sin duda estaba muy cerca de serlo, porque al menos las criadas o las planchadoras trabajaban bajo un techo.
Las ninfas del Manzanares, óleo de Cecilio Plá

Siendo el padre de Consuelo guardia civil, por muy escaso que fuera el sueldo de los miembros de la benemérita en aquellos años, no acabo de entender las duras condiciones a las que estuvo sometida desde niña. Acaso una familia numerosa (tuvo hermanos, conozco la existencia de tres, pero pudieron ser más), la desidia o el incumplimiento de los deberes de manutención por parte del padre, la enfermedad, la pura mala suerte o, simplemente, la costumbre entre las clases bajas de la época de "poner a trabajar" a los hijos desde muy pequeños.

El caso es que la pobre niña era de verdad una niña pobre. Guapa, buena (ayudaba a su mamá en sus duros menesteres) y honrada. Hasta aquí, todo es como un cuento de hadas. En el siguiente capítulo, las hadas desaparecen del cuento y todo se vuelve algo más sórdido. La vida misma.

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