Josefina Cola o la imagen más reconocible del cuplé: traje tobillero con volantes rizados, mantón ceñido y mantilla de blonda |
A lo largo de este blog os he hablado en numerosas ocasiones del "uniforme de cupletista", término muy poco ortodoxo y que probablemente es, en sí mismo, contradictorio. En un ambiente artístico tan creativo y, a su manera, tan rompedor con lo establecido, la norma no era precisamente la uniformidad sino la fantasía y la extravagancia. En definitiva, la diferenciación con lo cotidiano que representaba el mundo del teatro en general y del género ínfimo en particular.
Bailarina desconocida de 1904: el reinado de la pluma y la malla sería heredado por la revista musical |
No hay uniformidad por tanto en la indumentaria de la cupletista por numerosos motivos, siendo el principal la evolución de la moda a lo largo de los años en los que estuvo de moda el cuplé, aproximadamente entre 1880 y 1930. Otro motivo, no menos importante, es la personalidad de cada artista, sus capacidades adquisitivas y el estilo por el que se decantara: cuplé francés o aflamencado, baile español o exótico, canciones regionales, etc.
Angelita Easo, aquí en pose flamenca, cultivó también el cuplé francés y las canciones regionales |
Y sin embargo, y a pesar de tan diferentes premisas, podemos ver en la indumentaria del cuplé una base estilística con reglas que rigen, con sus excepciones, las diferentes etapas del género:
- Una primera etapa que podríamos definir como la clásica (desde 1880 hasta 1910, aproximadamente), en la que impera la figura importada por las cupletistas extranjeras, especialmente las francesas.
- Una segunda etapa, desde 1910 hasta 1920 (siempre aproximadamente) en la que el traje de cupletista adquiere cierta elegancia, a la par que su repertorio y su imagen pública se dignifican.
- Y una tercera influenciada por los radicales cambios en la moda femenina de los años 20 y el surgimiento de la revista musical española, tal y como la conocemos hoy en día.
La Argentinita, esbelta como pocas, luciendo vestido aflamencado de corte ceñido |
Las cupletistas con talento versátil y repertorio variado presumían de ser "cupletistas a transformación": para cada canción se cambiaban de traje y así conseguían recrear diferentes personajes, pequeñas interpretaciones, limitadas a unos pocos minutos, completamente diferenciadas para cada tema. Famosas fueron en esta especialidad La Goya, Amalia de Isaura y Raquel Meller.
Y después de hablaros de estas dos "desviaciones" en el estilo del atuendo escénico del cuplé en España, paso a contaros más extensamente las características de la primera de las tres etapas antes mencionadas: la que podríamos definir como clásica y la más influenciada por las artistas extranjeras, especialmente las francesas.
Las primeras generaciones: can-can, sicalípsis, sombrero y mantón
Camille Ober, francesa pionera del cuplé en España, con sombrero, bucles y perlas |
Las primeras cupletistas llegadas a España a finales del siglo XIX trajeron de allende los Pirineos la indumentaria del music-hall, inspirada directamente en la de las bailarinas parisinas de can-can pero adaptada para un tipo de movimiento en escena bastante más tranquilo que el de las frenéticas cuadrillas del Moulin Rouge.
La Bella Lulú en 1909 con el traje clásico de la cupletista |
El atuendo se componía principalmente de un vestido entallado a la cintura por el corsé y acampanado en el bajo, corto para los cánones de la época (siempre por encima del tobillo), escotado sin exceso y con mangas cortas y amplias, o anchos tirantes, permitiendo el movimiento que pedía el poco o mucho de baile que a la canción acompañaba. Respecto a las mangas se dio en la España de entonces, más pacata que Francia para este y otros asuntos, una curiosa peculiaridad: al ser considerada la exhibición de las axilas femeninas como algo inapropiado -léase, indecente- incluso en escena, se creó la sobaquera, que consistía en una pieza de tela rectangular o una especie de tirante caído, que iba desde el escote a la espalda tapando pudorosamente la axila de la cupletista o la bailarina cuando éstas levantaban los brazos. Las sobaqueras, disimuladas bajo flecos o gasas, raramente dejaron de ser un antiestético parche.
Ni qué decir tiene que, en cuanto la autoridad competente se despistaba, la cupletista prescindía de tal adminículo en cuanto podía, tanto en escena como para las fotografías promocionales o artísticas. Pronto tal imposición cedió, gracias a los cambios en la moda y la apertura de la mentalidad del público, ante el disgusto de las ligas de la decencia y las autoridades eclesiásticas. Hay quien dice que lo que de verdad cambió fueron las técnicas de higiene y depilación, hasta ese momento algo rústicas cuando no obviadas, pero eso no son más que ganas de calumniar...
El tejido del vestido solía ser bastante lujoso, o al menos lo parecía: en tafetán o satén, brocado o bordado en hilos de vivos colores y pailletes. Según el diseño se le añadían gasas, tules, cintas, encajes, flecos, madroños y todo tipo de abalorios. La falda (de largo variable desde la rodilla a los tobillos) se remataba con abundantes volantes plisados o fruncidos, por encima de una enagua ya de por sí bastante voluminosa y no menos rica, que muchas veces sobresalía del bajo de la falda. Esta enagua se conoció en España vulgarmente como can-can, reconociendo así a priori unos orígenes que más tarde serían olvidados(1).
Las medias, en un principio negras y que posteriormente fueron evolucionando hacia un blanco o marfil prácticamente obligatorio, se sujetaban mediante ligas (el liguero del corsé raramente se utilizaba en escena) y su mera visión era considerada en España como altamente erotizante. Lo que hoy llamaríamos un must dentro de la indumentaria sicalíptica.
Pero si existía una prenda sicalíptica por excelencia, ésta era sin duda alguna el déshabillé, pecaminoso e irresistible invento francés (¿de quién si no?) que, trascendiendo su función de salto de cama dentro de la intimidad del dormitorio, llegó a los escenarios españoles de la mano de Augusta Bergés y de otras que, después de ella, se buscaron la pulga desesperadamente para escándalo de unos pocos y divertimento de muchos otros.
La reina del déshabillé por antonomasia fue Chelito. Quien la vio en escena se sorprendía de su candor e ingenuidad, al parecer genuinos. No en vano comenzó en el mundo del espectáculo siendo casi una niña, siempre acompañada de su sobreprotectora madre.
En cuanto a los complementos del atuendo cupletero, eran tan variados como el número a ejecutar: mantillas de blonda o chantilly, sombreros y tocados de todas clases, sombrillas, abanicos, guantes, bisutería o joyas auténticas, flores, plumas, boas,... cualquier cosa que se adaptase al estilo y al repertorio de la artista.
Las HermanasSurger, bailarinas francesas, llevan zapatillas de ballet y el atuendo clásico del cuplé, algo más corto |
Pero, entre tantos y tan variados complementos para la escena, uno destacó en España desde el primer momento muy por encima de todos los demás: el mantón, prenda tradicional, proveniente de la calle y los salones, pasada por el filtro escénico de los primeros cafés-cantantes; el ya popular mantón se convirtió en el complemento más deseado y más significativo del cuplé.
La sevillana Amalia Molina, con sombrero cordobés y mantón de grandes flores: la imagen más flamenca del cuplé |
Este mantón de Manila, de la China o de un taller sevillano, con su variedad de diseños y colores, siempre vistoso y al mismo tiempo elegante, sugería o tapaba, cubría o enfatizaba las formas, se pegaba al cuerpo o se desplegaba en un remolino de flecos y brillos de seda. El mantón pasó de ser un complemento a un atuendo en sí mismo y se adecuaba tanto al estilo más flamenco como al más parisino. Una cupletista sin mantón era como... nada, no era nada, simplemente era algo inadmisible, un auténtico desatino.
Adelita (antes Bella) Lulú luce sobre su traje decuplé un mantón en el que se adivina su diseño de "chinerías" |
El clásico mantón llegó a ser, quién lo habría dicho, otra prenda ideal para el género sicalíptico, llevado sin nada debajo (si acaso las socorridas mallas) y marcando sugerentemente la figura más o menos escultural de la cupletista.
La canzonetista Pura Jenelty envuelta en su mantón, imposibilitada para cualquier movimiento que no fuera vocal |
En cuanto al resto de los complementos hubo uno, al menos durante estos primeros años, que sobresalió por encima de todos, y nunca mejor dicho: el sombrero. Este se convirtió, al igual que ya lo era en la calle, en parte obligada del atuendo de las primeras artistas del varietés.
Lina Cavalieri y su preciosa capota blanca, con flores de tela y "pompones" |
Estos sombreros, generalmente grandes y provistos de enormes plumas, fueron quizá la única pieza indumentaria que compartieron -y con la que compitieron- las cupletistas con las grandes damas de los salones elegantes.
Los deliciosos sombreros de la Belle Époque, tan aparatosos como favorecedores, configuraron la primera y más impactante imagen que de las cupletistas le llegó a una jovencísima Fornarina, cuando aún era Consuelito la lavandera. Apostada a la salida de alguno de los teatros de la calle Alcalá, esperaba la salida de las orondas artistas, españolas, francesas o italianas, con sus enormes sombreros negros con plumas y los dedos cuajados de anillos. No eran elegantes, eran mucho más que eso: impactantes, inolvidables, únicas en su especie. Nada menos que las primeras cupletistas.
Aunque el sombrero no dejó nunca de llevarse en escena, lo cierto es que se fue imponiendo una figura más ligera y menos recargada, que pedía cabezas despejadas adornadas con tocados a juego con el vestido. Para el estilo flamenco se impuso el sombrero de ala ancha o cordobés y las flores, casi siempre de tela y más raramente naturales, siendo los crisantemos, las rosas y los claveles los favoritos.
En París surge, de la mano del modisto Poiret, una moda innovadora y original que propone la desaparición del corsé y se inspira en influencias orientales: un desconocido Japón, una Arabia idealizada, Egipto, Turquía o la Rusia más arcaica, sirven de inspiración para la moda femenina, tanto en la calle como en los escenarios. Así se ponen de moda turbantes y tocados de aire pretendidamente oriental que se adaptan perfectamente tanto a las bailarinas exóticas con sus danzas del vientre o de los siete velos, como a las tiples y cupletistas que interpretan los temas de moda, en espectáculos también inspirados en un oriente de cartón-piedra, falso e idealizado.
Estos elegantes vestidos al estilo Poiret tuvieron numerosas seguidoras, no menos numerosas detractoras y, sobre todo en España, toda una legión de entusiastas adaptadoras. Los talles altos, los cortes sueltos y los tejidos fluctuantes fueron prontamente adoptados para la escena y para la calle, pero en lo que se refiere al corsé, pocas fueron las que se atrevieron a prescindir de él. El caso de Fornarina es un claro ejemplo de cómo, en todas las épocas, la moda propone pero la mujer dispone.
Esta moda estilizada y de gran sofisticación, no se adaptaba bien a todas las siluetas y provocó imágenes de gran impacto en las retinas de los espectadores de entonces, como la que les brindó una Carmen Flores en todo su esplendorosa sobreabundancia. Para ser justos, hay que reconocer que la Flores era del tipo polifacético y lo mismo se embutía un Paquin, que se vestía de gitana, que se caracterizaba de lagarterana. Una auténtica todoterreno(2).
La inconmensurable Carmen Flores no conocía la palabra miedo, ni el concepto vergüenza |
Ya hemos visto cómo en España el atuendo clásico del music-hall tomó prestados elementos tradicionales típicos, tales como la mantilla, el mantón o el sombrero cordobés. En el caso de las bailarinas adoptaron asimismo el traje corto entallado -propio de los hombres- y con no poca valentía: por entonces el uso de los pantalones en las mujeres no se admitía socialmente y estaba restringido a la escena. Incluso en ella, había que tener arrestos para lucirlos.
Muchas lucieron el sugestivo traje corto, especialmente las bailarinas, ya que pedía una figura más esbelta que otros atuendos escénicos. Y esbelta -y jovencísima- era la encantadora Dora la Cordobesita que lo llevó en sus inicios, así como Dora la Gitana o Carmen de Granada, entre otras.
Dora la Cordobesita, caracterizada de gitanito del Perchel, comenzó siendo una niña y tuvo una larga carrera |
Este traje, debidamente feminizado, fue llevado con soltura y desparpajo por la bailarina, tanto si actuaba en solitario como si lo hacía en pareja, en cuyo caso la otra chica se vestía con el tradicional atuendo femenino, más aflamencado. También se adoptó esta moda del "falso chico" en el caso de otro tipo de parejas femeninas de bailes que no fueran españoles, como el cake-walk o el tango argentino, en cuyo caso los atuendos eran de un tipo más moderno y cosmopolita.
Cuplés hubo para todos los gustos y, como no podía ser menos, también hubo atuendos para todos los cuplés, especialmente para las cupletistas "a transformación", para las que cada uno de sus temas era todo un mundo a recrear a través del vestuario. Así podíamos encontrar a niñas pequeñas o bebés (disfraz popularísimo en los carnavales), húsares de brillantes botonaduras, campesinas holandesas con sus grandes zuecos de madera, simpáticas baturricas, pálidas japonesitas o hieráticas bellezas de la antigüedad. Todo valía para la escena de las variedades, un mundo libre e imaginativo, tremendamente competitivo, duro e ingenuo al mismo tiempo.
La Goyita de "gitana echadora de cartas" |
Y para terminar, una mención y un homenaje a las célebres mallas color marfil que, simulando prohibidas desnudeces, tantos quebraderos de cabeza causaron a las autoridades competentes como escandalizadas críticas originaron en la sociedad biempensante.
Famosas fueron las que lanzaron al estrellato a una jovencísima Fornarina en "El pachá Bum-Bum". Pero muchas otras las lucieron, solas o acompañadas por sugerentes déshabillés, trajes de baño o, incluso, por simples hojas de parra.
Epílogo:
El elenco del Edén Concert en 1912 como ejemplo del vestuario escénico en el teatro de variedades
Esta fotografía promocional fue tomada en 1912 en el teatro madrileño Edén Concert, salón dedicado en exclusiva a las variedades y el cuplé. En ella se nos muestra al elenco femenino al completo para la nueva temporada de otoño-invierno y tiene un innegable valor testimonial.
Apareció en "Eco Artístico", publicación profesional dedicada a artistas, agentes, músicos y empresarios de la escena, centrada especialmente del mundo de las variedades.
En el recorte original de la revista aparecen los nombres y la especialidad de cada una de estas mujeres y nos va a servir como inestimable ejemplo de los diferentes atuendos escénicos de la época en las variedades.
1 y 2. Adolfina y Rafaela Comedel, duetistas: las hermanas se han repartido sus papeles, masculino y femenino. La que hace de hombre (nótese que es la más alta) lleva un elegante y sobrio traje oscuro; la otra hermana luce un colorido atuendo de fantasía con motivos de cartas de póquer. Acaso representaban un número cantado, con su poquito de baile, referido al mundo del juego, el azar o la esquiva suerte del jugador.
3. Gitanela, bailarina. Su vestido es el tradicional del cuplé, algo más largo y entallado, y como nota curiosa lleva como tocado un mantoncillo bordado, con los flecos cayéndole a un lado, en coqueta cascada.
4. Trini Herrero, bailarina. Lleva clarísimamente un atuendo regional español, del norte o noroeste de España, con delantal, saya, mantón y tocas blancas. Su aspecto es sólido y respetable: un número para todos los públicos.
5. La Mascota, bailarina. Su caso es especial: probablemente se trata de una bailarina acrobática o gimnástica, con su trajecito de raso de una pieza con pantalón corto (lo que hoy llamariamos un mono) sobre mallas blancas, que le otorga libertad de movimientos sin aportarle picardía.
6. Guerrerito, bailarina. Aunque es presentada como bailarina, tanto el nombre como la indumentaria son claramente los de una cupletista, acaso venida a menos (la edad le delata) y obligada a actuar con el cuerpo de baile.
7. Evelina García, bailarina. Guapa, jovencita y de largas piernas, Evelina es sin duda bailarina y lleva un traje de fantasía que es una especie de mélange de muchos estilos: regional, italiano, bucólico,... preparada prácticamente para cualquier cosa.
8. Petitte Brunette, excéntrica italo-española. Artista polifacética y cosmopolita donde las haya (nombre francés, origen italiano, atuendo español), luce trajecito corto aflamencado, camisa con chorreras y abanico en mano. Bajo esta etiqueta de "excéntricas" solían esconderse las bailarinas de estilos no españoles o las artistas de variedades de talentos inclasificables, circenses o musicales.
9. Sari-Maro, canzonetista. Esta tiple española de gran presencia física -que comenzó llamándose Rosa Mari- se pasó del cuplé a la canción, dejando así clara su aspiración a registros y repertorios de mayor calidad. Lleva el traje adecuado para tal fin: una mezcla entre las lentejuelas de la cupletista y la elegancia más sofisticada de la canzonetista. Su traje de influencias orientales -con ese toque lejanamente egipcio-, es el más "a la última moda" entre todos los que aparecen en la fotografía.
Y como colofón, mención aparte se merecen las dos opulentas coristas de los extremos, que actúan como escoltas estéticas del elenco o meras estatuas vivientes. Sus trajes cortos con flecos sobre ceñidísimos corsés y mallas blancas, no son para bailar sino para lucirse.
(1) No fue la única vez que una prenda de vestir adquiere su nombre gracias al mundo del espectáculo. Desde el estreno de la película "Rebeca", con este nombre se conoce en España a un tipo de chaqueta corta de punto.
(2) La elegancia no era lo suyo, pero quien la vio en escena no la olvidó jamás, gracias a su simpatía descarada y a su capacidad para comunicarse con el público. Debido a su carácter extrovertido y desvergonzado, incluso ordinario, una compañera suya (con algo de "mala baba") llegó a comparar las actuaciones de Carmen Flores con el paso de un elefante por una cacharrería.